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Un día, en el colegio, unos niños que se creían mejor que los demás, empujaron a Pedro y se le cayó la merienda al suelo; Pedro, con un enfado descomunal, empezó a dar patadas al suelo y a insultar a los niños. Los niños se reían de él por como gritaba, en lugar de intentar calmarlo.
Llegó a su casa llorando, como si fuesen sus ojos cataratas, lloraba en la cama, en la tranquilidad que le proporcionaba su habitación color verde esmeralda, como si de una fortaleza se tratase, mientras su madre le preguntaba:
-¿Qué te pasa hijo mío?
-Pues... ¡que en el cole se ríen de mi!
-Tranquilo hijo...verás como todo se arregla.
-Vale mamá... ¡gracias!
De nada hijo, ahora duérmete que es tarde.
La madre se fue de la habitación dándole un beso en la frente y diciéndole buenas noches a Pedro mientras dormía con una sonrisa de oreja a oreja y refugiándose en sus sueños, sueños de su animal preferido, el caballo.
Esa noche, Pedro tuvo un sueño que le cambió la vida... Estaba en un mundo de colores vivos y cálidos, estaba saltando y comiendo gominolas en una bolsa sin fin. Para Pedro, todo era perfecto, hasta que los mismos niños de la vida real que se metieron con él, volvieron a meterse con él hasta en sus sueños. Salió corriendo como una gacela y se escondió en un callejón que había a su lado. Se encontró un tronco entre muchas cajas y lo cogió para defenderse, pero tuvo una idea. Taló el tronco hasta ponerle la forma de un caballo, y Pedro dijo:
-Impresionante, es igual que el caballito de madera del patio. Te llamaré Clavileño.
Acto seguido subió alomos de su caballo de fantasía, pero aun en sueños, seguía siendo de madera. El tiempo le apremiaba pues los niños le iban a alcanzar, por lo que echando una imaginación desbordante, pronunció unas palabras sin sentido y el caballo que hasta ahora era un trozo de madera inerte y mugriento cobró vida.
De repente, como si de un pura sangre se tratase el caballo salió espoleado hacia el cielo, dejando atrás a sus agresores, voló y voló al cielo naranja que tanto le gustaba a Pedro. Justo en ese momento, Pedro despertó del sueño tan bonito, increíble y precioso que había tenido. Su madre le preparó el desayuno, se vistió, se preparó la mochila y se fue de vuelta al colegio.
Allí, otra vez en el recreo, los niños que se metían con él, allí estaban otra vez, viendo como estaba Pedro montado en el caballito de madera en la parte de entrada al colegio. Pedro, seguía ensimismado en sus pensamientos al recordar el sueño de la noche anterior, mientras miraba al cielo, ese cielo anaranjado de las tardes de poniente. Mientras estaba absorto en sus pensamientos vio por el rabillo del ojo que los niños se acercaban poco a poco hacia él, empezaron a reírse de él porque le decían que solo tenía un amigo, su caballo de madera; Pedro les sacó la lengua y les insultó como queriendo defender lo indefendible y los niños salieron detrás de él corriendo. Cada vez se encontraba más cansado y terminaron alcanzándole; le cogieron enérgicamente del cuello de la camisa a rayas, le vapulearon, golpearon e insultaron y, cuando pensaba que no tenía salida, vio la luz... Una luz que venía del cielo, que los cegó y en la que al final se vislumbraba una figura que a medida que se acercaba se hacía cada vez más grande, más majestuosa, era... ¿Clavileño?
Todos se quedaron con la boca abierta, aguantando la respiración por lo que pudiera venir después, pero no vino nada más; en un movimiento grácil y esbelto cogió con su boca a Pedro y le subió encima, dio media vuelta y a lomos de ese hermoso caballo de madera, voló a un mar de nubes de algodón de azúcar, de esas nubes que solo salen en los sueños... de Pedro, mientras recordaba en su memoria el sueño tan increíble que tuvo con un caballo de madera.
David González
1º ESO A
1º premio prosa categoría C
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