sábado, 30 de enero de 2010

UN POEMA DESDE LA CÁRCEL


Probablemente muchos ya conoceréis la interesante propuesta hecha desde los blogs de Lengua A pie de aula, Blogge@ndo Re(paso) de lengua y Tres tizas para celebrar el centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández. Consiste, por un lado, en que entre todos los profesores grabemos una antología con sus poemas; por otro, proponen para alumnos de todos los niveles la elaboración de un glog sobre el poeta. Para ver la manera de participar, pincha aquí.
Yo he colaborado con uno de sus últimos poemas, "Me sobra el corazón", pero desde aquí quiero recordarle con el que probablemente sea el último poema que escribió, en la cárcel de Ocaña, en mayo de 1941. "Casida del sediento". Un mes después lo trasladaron al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde murió en marzo de 1942. En estos meses el poeta se encontraba muy enfermo y, según el poeta Leopoldo de Luis, lo único que escribió Miguel fueron cartas, tristes y dolorosas, a su mujer, Josefina. (Ah, hoy recordamos, por la muerte de Gandhi, que es el Día de la Paz...)



(Música: Adagio,de Shumann, interpretado por Pau Casals del álbum Concert a la casa blanca)
Entradas relacionadas:

jueves, 21 de enero de 2010

CONCURSOS VARIOS


Otro año más, la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Coslada convoca el "Certamen literario de poesía, relato y escritura rápida 2010". Os dejo un enlace a la página del Ayuntamiento en las que se establecen las bases. Plazo: 19 de febrero.


Otro concurso ha llegado hasta nuestro correo: el que convoca la asociación Jóvenes Escritores de Málaga para alumnos de Primaria, Secundaria y Bachillerato. Si quieres participar, pásate por el Departamento de Lengua y Literatura o pregúntame: tenemos las inscripciones. Tienes de plazo para concursar hasta el 5 de febrero.


¡Ánimo, cañadienses! (Estad al tanto...pronto haremos la habitual convocatoria del Departamento....)






domingo, 17 de enero de 2010

¿CÓMO HABLAR DEL NO-YÓ SIN DAR UN GRITO?




Un hombre pasa con un pan al hombro

Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?

César Vallejo

Poemas humanos



(Procedencia del poema :www.poesia-inter.net)

jueves, 14 de enero de 2010

UN GLOG DE FRANZ KAFKA

Muy estimulada por el trabajo de otros profesores, me he lanzado a la piscina de Glogster y he elaborado un "glog" para trabajar este trimestre La Metamorfosis del genial Kafka con mis alumnos de Literatura universal de 4º de ESO. Espero que disfruten tanto con la lectura como yo "glogsteando".
Nota: despliega el icono de Glogster de la derecha y escoge la opción "View full size"

lunes, 11 de enero de 2010

UN SUEÑO CUMPLIDO

Hoy me siento un poco como Felipe, el personaje de las tiras de Mafalda. ¿Quién no ha soñado alguna vez que, por alguna circunstancia imprevista -por ejemplo, una gran nevada que impide salir de casa - no hay escuela? Lo siento, Felipe, a mí hoy el sueño de infancia sí se me ha cumplido... (cañadienses, nos vemos mañana:)))))))





sábado, 9 de enero de 2010

AFINIDAD

Imaginemos una chica que vive en el Londres de 1874. Acaba de perder a su padre, y vive con su madre en una típica mansión victoriana. Tiene los nervios un poco débiles y una madre un poco rígida y obsesiva, así que, para distraerse, decide ocupar parte de su tiempo en el voluntariado e ir a la cárcel de Millbank como visitadora. Esto, escribir un diario y tomar su dosis nocturnal de cloral es lo que le hacen la vida un poco más llevadera. Se siente útil: tal y como le indica el director de la prisión, su misión es hacer reflexionar a las internas sobre los delitos cometidos y darles una conversación benéfica. Pero nada más: ni llevar recados, ni intimar, ni contarles nada del mundo exterior. Esta chica es Margaret Prior, quien descubre que la alineación, la tortura y la aceptación de una vida mísera son los aderezos que adornan la mole gris de la cárcel de Millbank, la más dura cárcel de mujeres de toda Inglaterra.

La ventana por la que nos asomamos a esto es el diario de Margaret, que se inicia el 24 de septiembre de 1874 y acaba el 21 de enero de 1875. Pero no es la única fuente de información. Conocemos también el diario de otra mujer, Selina Dawes, una médium que está presa en Millbank acusada de provocar la muerte de una mujer y de causar graves heridas a otra en una sesión espiritista. El de ésta empieza el 3 de agosto de 1873 y retrocede hasta el 1 de agosto del mismo año, justo antes de entrar en la cárcel. Selina es una mujer de belleza etérea que llama la atención de Margaret desde el primer momento en que la atisba desde la mirilla de la puerta de la celda: tiene unas violetas entre las manos. Selina destaca sobre todas las internas a los ojos de Margaret: es una dama, una mujer tocada por la gracia y por la desgracia al mismo tiempo. Margaret descubre en sus charlas que está, a su manera, tan presa como ella, y que tienen muchas cosas en común: son espíritus afines, como le dice Selina. Ésta habla a Margaret de sus experiencias espiritistas y Margaret entra en una espiral en la que todo es posible: mechones de pelo que viajan desde Millbank hasta la habitación de Margaret, flores que nadie envía…

Afinidad es como un novelón del XIX, pero escrito por una joven escritora en los albores del XXI,
Sarah Waters, quien es autora también de otras novelas como El lustre de la perla y Falsa identidad, también ambientadas en la época victoriana. Por esta última recibió el British Book Award a la mejor novela de 2002. En Afinidad hay pasiones desgarradoras, suspense, miedo a la soledad… También hay trampantojos y una historia de amor más dolorosa que folletinesca. Lo cierto es que la época victoriana y el XIX europeo en general, son apasionantes en la novela, en el arte, en el cine…Pero, yo estoy encantada de no tener que llevar corsés…


(Procedencia de la imagen)

lunes, 4 de enero de 2010

EL REGALO DE LOS REYES MAGOS, DE O. HENRY

A modo de felicitación del año nuevo que ya está aquí, quiero compartir con vosotros un cuento del escritor estadounidense O. Henry. Lo tenía en la memoria de los catorce años y, hasta ayer, no he podido rescatarlo. Lo busqué en bibliotecas y antologías; pregunté a compañeros, a amigos, a cualquiera que hubiera podido leerlo y darme noticia del título o del autor. En vano. Y ayer, por unos de esos azares predecibles, apareció en esta caja mágina que es Internet. ¿Será un adelanto de los Reyes Magos...?

EL REGALO DE LOS REYES MAGOS
Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.

Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.

Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".

La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.

Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.

Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.

La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.

Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.

Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.

-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.

-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.

La áurea cascada cayó libremente.

-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.

-Démelos inmediatamente -dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.

Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.

Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.

A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.

Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".

La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.

Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.

Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!

-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.

-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?

Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.

-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.

-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.

Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.

Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.

Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.

Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:

-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!

Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:

-¡Oh, oh!

Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.

-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.

En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.

-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.

Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.

(Procedencia del cuento: Biblioteca Ciudad Seva)