miércoles, 21 de marzo de 2012

A LA POESÍA

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A LA POESÍA

Ya se dijeron las cosas más oscuras.
también las más brillantes.
Ya se enlazaron las palabras como
cabellos, seda y oro en una misma trenza
-adorno de tu espalda transparente-
Ahora,
tan bella como estás,
recién peinada,
quiero tomar de ti lo que más amo.
Quiero tomarte
-aunque soy viejo y pobre-
no el oro ni la seda:
tan sólo el simple, el fresco, el puro
(apasionadamente), el perfumado,
el leve (airadamente), el suave pelo.
Y sacarte a las calles,
despeinada,
ondulando en el viento
-libre, suelto, a su aire-
tu cabello sombrío
como una larga y negra carcajada.

Poemas sin sentido

(En el Día Mundial de la Poesía, los versos trajeron lluvia...¿O fue la lluvia la que trajo los versos?)

jueves, 8 de marzo de 2012

LAS HERMANAS BRONTË


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Con la que está cayendo, dedicarle una entrada al tenaz deseo de no renunciar al impulso de escribir, me parece casi un ejercicio de escapismo. Pero es mi día  (y mi blog), y voy a dedicarle la entrada del 8 de marzo a las hermanas Brontë. No sin antes dejar constancia de estoestoesto o esto. (Solo es un botón de muestra).

Anne, Emily y Charlotte Brontë  compartían parentesco (eran hermanas)  y vocación literaria. También el hecho de morir jóvenes y de no tener mucha prisa por encontrar marido, algo que entraba en pocas cabezas de la convencional Inglaterra victoriana. El caso es que a pesar de tener muchos frentes en contra, fueron capaces de imponer  su deseo –firme y poderoso- de escribir.  Me acerco a sus vidas interesada desde hace tiempo por la aureola de misterio que rodea a algunos autores que acaban atrayéndonos tanto o más por su vidas como por sus obras. Tengo al lado Jane Eyrela primera obra que leo de las hermanas,  cuya autoría corresponde a Charlotte, la única que pudo disfrutar de las mieles de la escritura, pues tuvo la suerte de llegar a los 39 años (sus hermanas escritoras murieron a los 30 (Emily) y a los 29 (Anne), aquejadas de tuberculosis).

Las niñas Brontë formaban parte de una familia numerosa fundada por Patrick, un pastor anglicano de origen irlandés, maniático y amante de los libros hasta el punto de dejarse la vista leyendo a la luz de las velas, y María, una mujer de su tiempo que murió de un cáncer que le hizo sufrir muchísimo en los últimos meses de su vida, casi tanto como la tristeza de dejar sin madre a sus seis niños pequeños. Vivían en Hawort, una ciudad medianamente próspera gracias a la industria del tejido, pero tremendamente insana: enfermedades como el tifus proliferaban debido a la mala conducción de las aguas, la esperanza de vida era de unos veinticinco años,  y los niños pobres se dejaban la piel y la vida trabajando en las fábricas. 
El caso es que el padre envió a las cuatro niñas mayores (María, Elizabeth, Charlotte y Emily) a un internado en el que padecieron frío, hambre y terribles humillaciones. Les costó la vida a María y a Elizabeth, quienes murieron de tifus. El  padre sacó inmediatamente a las otras dos. Así que será él quien asuma la educación de sus hijos, poco convencional para la época –y  casi para la actualidad, diría yo-, alentando en ellos, sobre todo,  el amor por la música,  la pintura y  la lectura. En sus manos caían  sin ningún tipo de censura revistas, los periódicos a los que estaba suscrito el padre, y la poesía de  Byron, Scott, o Wordsworth. Padre e hijos charlaban  de política, de religión o de cualquier tema de actualidad.  Por otra parte, también inculcó en sus hijas la idea del pecado y de la culpa, ayudado por su cuñada, la tía Branwell, quien vivía en el hogar de los Brontë tras la muerte de su hermana. 

Esta lectura abundante sin cortapisas, mezclada con las leyendas irlandesas que les contaba el padre,  los terroríficas relatos que inventaba una de las criadas, la complicidad entre los hermanos y una imaginación fértil y desbordante, tuvo como primeros frutos la creación de unas historias que les servían para jugar con sus soldaditos de madera, y que escribían con minúscula letra infantil en pedazos de papel. Branwell, el único varón, y  Charlotte, crearon el Reino  de Angria, situado en África Occidental.  Las pequeñas crearon la fría Isla de Gondal, perdida en algún lugar del Pacífico. Aun de mayores, las Brontë seguían desarrollando tramas en torno a estos lugares imaginarios.

Al margen de esta creatividad, al padre le preocupaba el futuro de las hijas: sin dinero y no muy agraciadas, la salida natural era trabajar como institutrices, (¿cabe imaginar oficio más literario e inquietante?). Todas pasaron por esta experiencia, si bien la única que guardó un buen recuerdo de la misma fue Anne, la pequeña Brontë, querida y recordada por los niños de  Thorp Green. El hermano, sin embargo, que se quiso dedicar a la pintura, tuvo la oportunidad, que desperdició,  de estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de Londres. Aguantó quince días. También trabajó como instructor en la misma casa que Anne, pero fue despedido porque se le acusó de seducir a la señora de la casa. 

Charlotte, que también había pasado por la experiencia de ser profesora en Roc Head, donde estudió entre 1831 y 1832, no soportaba un trabajo que no le reportaba ninguna satisfacción  -se pasaba el día cosiendo para la señora de la casa- y que no le dejaba tiempo para escribir. A propuesta de su amiga Ellen, viaja a  Bruselas para mejorar su francés, con la idea de abrir una escuela propia junto a sus hermanas. Acompañada de Emily, se alojarán en un pensionado en Bruselas en el que pulirán su educación, e incluso Charlotte se enamorará de Heger, su profesor, esposo de la dueña del internado. Pero  muere la tía Branwell y deben regresar. Emily queda al frente de la casa y Charlotte vuelve a Bruselas requerida como profesora. Sin embargo, no duró mucho: Herber no la correspondía y su mujer la odiaba. De vuelta a su casa, Charlotte le escribía cartas incesantemente que nunca tuvieron respuesta. De esta experiencia escribiría Villete. Cándido Pérez Gallego destaca de Charlotte su fe en la pedagogía y su idea de que la educación podía cambiar el mundo, tema que trata en El profesor, su primera novela, o en  la exitosa Jane Eyre.

De nuevo los cuatro hermanos están juntos: Branwell, sin trabajo – y con problemas relacionados con las drogas y su holgazanería-; las tres chicas, escribiendo cada una desde su mundo, hasta que un día, Charlotte descubre  un poema de Emily  y anima a  sus hermanas a publicar juntas un libro de poemas, por supuesto, bajo pseudónimos masculinos. A pesar de las buenas críticas solo vendieron dos ejemplares, así que decidieron escribir novelas. De esta forma se gestaron Agnes Grey, de Anne; Cumbres borrascosas, de Emily, y El profesor, de Charlotte. Solo la novela de Charlotte fue rechazada, aunque esto se vio compensado con creces con la publicación y el éxito de Jane Eyre, su segunda obra.  Mientras las hermanas empezaban a moverse en  círculos literarios y a experimentar cierto alivio con respecto al futuro gracias a las publicaciones, Branwell, el varón, se enredaba en una espiral de alcohol, autocompasión y odio. Murió de tuberculosis a los 31 años  sin saber que sus hermanas publicaban.

Tristemente sus hermanas le seguirían muy de  cerca. Emily murió a los tres meses y Anne a los ocho. Tenían treinta y veintinueve años respectivamente. Charlotte quedó sumida en la desesperación. Renovó su casa, viajó a Londres en varias ocasiones y tres años después se casó con Arthur,  el asistente de su padre, que siempre había estado enamorado de ella.  A ella le fascinó este interés.  Parece que fue feliz. Se quedó embarazada, aunque nunca llegó a ser madre. Murió antes de dar a luz, probablemente de tuberculosis. Patrick, el padre, sobrevivió a toda su prole y murió a los 84 años. 


Bibliografía utilizada


Jane Eyre, Charlotte Brontë, Madrid, Espasa Calpe 1998. Introducciónde Cándido Pérez Gallego; traducción de Juan G. de Lauce


Querida Jane, querida Charlotte. Por la ruta de Jane Austen y las hermanas Brontë, Espido Freire, MAdrid, Aguilar, 2004.


Historias de mujeres, Rosa Montero, Madrid, Alfaguara, 2001.



lunes, 5 de marzo de 2012

MICROS Y GOOGLE DOCS



Aprovechando lo bien que participaron mis alumnos de 3º en la creación de un cuento colectivo con Google Docs, les planteé la posibilidad de trasladar los micros que habían escrito con la excusa de San Valentín y con los que habíamos decorado las paredes del aula, a una presentación on line. Se trataba de un actividad voluntaria, que debían hacer desde casa, por el mismo procedimiento con que elaboramos el cuento: les envié el enlace y cada uno debía incorporar su micro después del tema elegido (bueno, algunos eligieron y otros se dejaron llevar por el azar...). Debían  respetar el estilo y la fuente de los micros ya insertados. Faltan muchos, algunos hicieron unos micros estupendos, pero no les ha apetecido compartirlos en la red. De hecho, de los que aparecen en la imagen, correspondiente a uno de los grupos, no hay ninguno. No todos sienten por igual la llamada del 2.0.

sábado, 3 de marzo de 2012

OLIVER TWIST

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El huérfano, especialmente si se trata de un niño, es carne de novela. Oliver Twist es, con permiso de Harry Potter o de Tom Sawyer,  el huérfano por excelencia de la literatura universal. Apenas aparece en escena, minúsculo y famélico, reclamando para sí y para sus compañeros otra ración de esas gachas infames servidas a modo de comida en el hospicio, cuando ya nos tiene rendidos  a sus pies. Desde luego, tamaña osadía no pasará desapercibida: será encerrado en una mísera habitación a la espera de que alguien quiera llevárselo como aprendiz. Así, aunque se salva de trabajar para un deshollinador, no se librará de servir al señor Sowerbwrry, el dueño de las pompas fúnebres de la parroquia. Pronto aprenderá el oficio: ayudado por su aspecto frágil y mísero, desempeña a la perfección el papel de plañidero. Pero no será lástima ni compasión precisamente lo que inspire a su compañero de oficio, Noah Claypole, cuyas burlas y martirios hacia el pobre Oliver serán la causa de una tremenda pelea entre ambos que tendrá como consecuencia la marcha del primero, no sin antes recibir una tremenda paliza patrocinada por el señor Bumble, el celador del hospicio, requerido ante la insolencia del muchachito.

Así, puesto en el camino, sin más compañía que el hambre y el recuerdo cálido de una madre que nunca conoció, se dirige a Londres. Cabe imaginar las penurias del viaje: hambre, cansancio, desolación, un mísero hatillo y unos zapatos rotos  que le llevan a conocer a un joven, Jack Dawins, que habla en una jerga incomprensible para Oliver. Por fin, un poco de suerte: él le llevará hasta Londres.

Cuando llega, se encuentra con una ciudad oscura y maloliente. Míseras tabernas, tienduchas deleznables y callejuelas oscuras y retorcidas le reciben como metáfora del mundo que le espera. Y así llega nuestro pequeño y hambriento héroe a las manos de Fagin, el viejo judío, malvado como ninguno desde el mismísismo Otelo, dedicado a la instrucción de niños en el arte de birlar. Así, nuestro Oliver estrenará oficio en compañía de otros pillastres, pupilos de Fagin, como el Fullero y Charley Bates. Solo cuando asiste estupefacto a cómo el Fullero introduce su mano en el bolsillo de un caballero y le roba un pañuelo, cae en la cuenta, cual saco que se desploma desde las alturas, de la naturaleza de estas andanzas.

A partir de aquí, Oliver viaja de una cara a la otra de ese Londres victoriano que lo mismo esclaviza  niños y los mata de hambre y miseria –el lado de Fagin, el asesino Sikes, o el  juez Fang- como los mima entre almohadones de plumas y les da té caliente y tostadas crujientes –el del señor Browlonw,  la anciana señora Bedwin, o  la dulce Rose.

El azar, tan presente en algunas novelas actuales –al menos en las pocas que yo conozco, como  Auster o Murakami-  ya tiene un papel importantísimo en la novela de Dickens. Es el azar quien lleva a los pilluelos a robar al señor Browlonw, quien se convertirá, gracias al testimonio del librero (que casualmente llega a tiempo de testificar a favor de Oliver) en su primer benefactor. En su casa se recuperará de su hambre atrasada y de su miedo de huérfano, y se verá colmado de las atenciones de la señora Bedwin. Pero también será la casualidad la que lleve a Oliver, camino de un recado para el señor Browlonw, a una callejuela cercana a una taberna de la que salen Nancy, que tanta importancia tendrá para el desenlace, y Sikes, compinche de Fagin. La primera finge que Oliver es su hermanito, que se ha escapado de casa, así que no les resulta difícil capturar al pobre Oliwer y llevarlo de nuevo a las garras de Fagin.
De nuevo el azar será quien lleve a Monks, personaje capital para conocer la verdad de esta historia, a descubrir que Oliver es el chico que busca. Otra vez el azar será el que conduzca a Oliver a la casa de Rose: primero a las órdenes de Sikes, que ha planeado robar en la mansión; después, tras salvar milagrosamente la vida a pesar de haber quedado tirado en una zanja, herido al intentar escapar, como querido huésped que hará las delicias de la joven Rose y de la señora Maylie. De nuevo, la casualidad pone en el camino de Oliver  al señor Browlonw –lo ve bajar de un coche- quien llevaba meses fuera de Inglaterra y al que antes había buscado el niño infructuosamente.

Pero, como en las novelas bizantinas, en las que finalmente todo se descubre y todo vuelve a su sitio, se desvelan los hilos ocultos que unían a todos los personajes y se impone la justicia poética; bueno, no tan poética para el mísero Fagin. Oliwer está marcado por la casta de su madre y por la nobleza de su padre y por fin podrá tener la vida que se merece.

Charles Dickens, del que celebramos gustosamente su bicentenario, supo describir muy bien las penurias por las que pasaban los niños como Oliwer dado que él fue también un niño explotado por la industrialización de su época: de día trabajaba en un sórdido sótano fabricando betún, y  de noche, acudía a dormir a la cárcel con sus padres. La novela fue publicada por entregas entre 1837 y 1839 en la revista  Bentley's Miscellany, con ilustraciones de George Cruikshank. Lo curioso es que de forma paralela Dickens había empezado a publicar  por entregas mensuales su primera novela, Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero en otra editorial y con otro ilustrador. En ambas planea la sombra de Cervantes: el profesor José Mª Valverde, especialista en literatura inglesa, señala el paralelismo entre la pareja formada por el señor Pickwick y su criado Sam Weller y nuestros  Don Quijote y Sancho. En el caso de Oliver Twist, la ironía de Dickens y la claridad con que pinta la sociedad de su época nos recuerda mucho el estilo del manco de Alcalá, por no hablar de la estructura de la novela y la manera de presentar los capítulos.

(P.S. Asombra la actualidad de Dickens. La injusticia social sigue presente en nuestro mundo. Aún hay niños esclavos trabajando en penosísimas condiciones, y en el primer mundo, el trabajo de millones de personas es cada vez más precario, sometido a la dictadura de “los mercados”. Mientras tanto, el lujo obsceno y desmedido está presente en la vida de unos pocos. No hemos avanzado mucho 200 años después…En fin, voy a ver si acabo Guerra y Paz: el caso es no salir del XIX...)

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