miércoles, 28 de agosto de 2013

LAS UVAS DE LA IRA

Procedencia de la imagen
"Acampará en una cuneta con otras cincuenta familias. Él se asomará a su tienda para ver si le queda algo de comida. Si no le queda nada, le dice: "¿Quiere trabajar?" Y usted responderá: "Claro que sí. Le agradezco que me dé la oportunidad de trabajar. Entonces él dirá: "Me sirves", y usted: "¿Cuándo empiezo?". Le dirá adónde ir, a qué hora, y seguirá su camino. Quizá necesite doscientos hombres, así que habla con quinientos, que se lo dirán a otra gente y cuando llega al sitio de trabajo, allí hay unos mil hombres. El jefe dice: "Pago veinte centavos por hora". Más o menos la mitad de los hombres se marcharán. Pero aún quedan quinientos y están tan muertos de hambre que trabajan aun por unas galletas. Bueno, este tipo tiene un contrato para recoger los melocotones, o cortar el algodón. ¿Lo entienden ahora? Cuanta más gente haya y más hambrienta esté, menos tendrá que pagar. Si puede, se queda con uno que tenga hijos, porque...mierda, había dicho que no les iba a inquietar.."

 (Las uvas de la iraEdiciones El País capítulo XVI, pág 275)


Oklahoma, 1930.  Los efectos de la Gran Depresión, las tormentas de polvo y la voracidad de los bancos se alían para arruinar  los campos del sur, y los okies (forma despectiva de referirse a los habitantes de los estados del Medio Oeste) inundan la carretera 66 acuciados por el hambre y la esperanza de buscar una foma de ganarse la vida en California, tierra de leche y miel. En 1936, el escritor John Steinbeck, que en ese momento solo contaba con el reconocimiento de la crítica de su novela Tortilla Flat, de tono humorístico, escribe una serie de reportajes para el The San Francisco News que titula Los vagabundos de la cosecha. Sin duda este trabajo de campo, junto con su propia experiencia de recolector de fruta, le sirvió para escribir su mejor novela, Las uvas de la ira, en la que se narra el viaje de Tom Joad y su familia, con la que se reencuentra después de años en la cárcel. Son granjeros curtidos en los campos de algodón y maíz que asisten a la destrucción de sus tierras y, presos de los créditos bancarios, se encuentran un buen día con que los tractores sustituyen su trabajo, y que el banco tiene prisa por coger la cosecha. "Tenéis que iros", les dijeron.  Entonces los campos se inundan de unos  papeles color naranja en los que se piden miles de brazos para recoger el melocotón, las uvas, las naranjas de una tierra en la que nunca hace frío y basta con alargar la mano para saciar el hambre con fruta deliciosa. Los Joad, (los 
abuelos, Madre, Padre, el tío John, y los hermanos Al, Noah, Tom, Rose of Sharon, su novio Connie,  y los pequeños, junto con Casy, el expredicador) como miles y miles de granjeros desposeídos, sueñan con una vida digna en la que puedan ganarse el pan con su trabajo e inician una viaje a bordo de un viejo camión en el que se alternan la desesperación, la solidaridad, la cobardía, el miedo y la esperanza de cumplir sueños. Viajamos con ellos y como ellos comprobamos  que nada va a ser tan fácil como prometían quellos papeles de colores. Apenas sin darse cuenta, el hambre, la necesidad, el cansancio y la humillación minan su entereza y su dignidad: 

Tom hizo una pausa al pasar junto al guarda.
-¿Hay algún sitio donde uno pueda darse un baño?
El guarda le estudió a media luz. Por último dijo:
-¿Ve el depósito de agua?
-Sí.
-Allí hay una manguera.
-¿Hay agua caliente?
-Oiga, ¿quién se cree que es, J.P.Morgan?
-No-dijo Tom-. No, le aseguro que no. Buenas noches.
El guarda gruñó con desprecio.
-Agua caliente, por el amor de Dios. Y querrán bañeras, lo siguiente-siguió con la mirada sombría a los cuatro Joad.
Un segundo guarda llegó por detrás de la última casa.
-¿Qué ocurre, Mack?
-Pues nada, esos malditos okies. ¿Hay agua caliente?, dice.
El segundo guarda apoyó la culata de la escopeta en el suelo.
-So los malditos campamentos del gobierno -explicó- No vamos a tener paz hasta que nos quitemos esos malditos campamentos de encima. Antes de que nos demos cuenta querrán sábanas limpias.

(Opus cit. pp. 543-544)

A pesar de la dureza del relato, (impresionante la escena del parto de la chica Joad), Steinbeck deja que pase un rayito de luz. Se agradece, porque casi llegamos al final conteniendo la respiración. Pensamos aliviados que es una suerte que estos sean otros tiempos, que los años 30 ya pasaron y que esto no es la Oklaoma de la Gran Depresión. Aquí y ahora no tenemos que pelearnos por un trozo de tierra, ni competimos con otros hambrientos como nosotros, y todos todos disfrutamos de un gran bienestar.

(A Steinbeck también se le puede sacar partido en el aula. La perla y de De ratones y hombres o Los hechos del rey Arturo son lecturas que pueden abordarse perfectamente en secundaria. Muchas de sus novelas han sido llevadas al cine con gran éxito: John Ford realizó la película homónima en 1940, con un inolvidable Henry Fonda como Tom Joad, y Elia Kazan adaptó Al este del Edén, con el no menos inolvidable James Dean.)