jueves, 27 de enero de 2011

LA CANTANTE CALVA

Querida troupe de 3º:

Aquí tenéis las actividades que debéis presentar a partir de la lectura que hemos hecho en clase de la obra de Ionesco La cantante calva. En clase repartiremos la tarea (algunas actividades las haremos en grupos de dos o tres) y estableceremos la forma y los plazos de la entrega. Ya sabéis: la cantante calva se peina siempre de la misma manera...


Os dejo algunos vídeos interesantes que os pueden inspirar a la hora de escribir vuestra escena:

martes, 18 de enero de 2011

LÍNEAS DEL TIEMPO

La clase de Literatura universal de 4º (que la Providencia y la Inspección me la conserven muchos años), por su reducido número de alumnos, por la flexibilidad de la propia asignatura y porque parece que este curso la técnica no está dando demasiados problemas, me permite probar algunas de las herramientas digitales que, gracias a Internet, descubro aquí y allá. En este caso se trata de DIPITY, una página que permite crear líneas del tiempo, utilísimas para la clase de Literatura. Un ejemplo de uso de la misma es el que Virginia, desde su blog Entre libros nos enseñó con estas líneas del tiempo románticas elaboradas por sus alumnos de 4º de ESO. En mi caso, decidí que una serie de temas propuestos para el trimestre pasado iban a ser estudiados desde la forma y perspectiva de una línea del tiempo. Creo que JJ, autor de Crea y aprende con Laura, me adivinó el pensamiento y publicó esta completísima entrada  que me vino de perilla sobre las líneas cronológicas y su aplicación en el aula. A mí y a mis alumnos nos fue muy útil el tutorial de Ana Basterra, donde explica con mucha claridad el uso de Dipity y sus aplicaciones didácticas. Una vez elaboradas las líneas (por grupos de dos), hicieron una exposición de su trabajo al resto de sus compañeros en nuestra flamante pizarra digital. Después de evaluados los trabajos, la profesora -o sea, yo- pudo sacar algunas conclusiones sobre los aciertos y fallos a la hora de plantear la actividad:

-Que siguen siendo enormes las diferencias entre nuestros alumnos en el manejo de estas herramientas. ¡Nunca podemos dar nada por supuesto!

-Que las diferencias también se aprecian a la hora de planificar y estructurar un trabajo de estas características, en el que se les ha dado un guión muy general. Solo un grupo de cinco realizó la línea a partir de un guión elaborado previamente después de leer la mayor parte de la información seleccionada. El resto hizo un trabajo "mixto": algunos crearon la línea entrada a entrada y después ajustaron el guión a su trabajo; otros lo fueron haciendo más o menos a la par.

-Que la mayoría no se resiste al "corta y pega". Que es necesario buscar fórmulas para obligarles a leer, a resumir, a seleccionar ideas de fuentes distintas y reformular esa información en un nuevo texto. En esta línea, es muy esclarecedora esta propuesta que hace Lourdes Domenech en su blog A pie de aula.

-Que en este sentido resulta muy interesante la actividad posterior de exposición. Ven que es necesario volver a leer, a sintetizar, a seleccionar qué van a contar mientras enseñan  la línea a los demás (ahí, en la palestra, solos antes los ojos de los demás). Podemos aprovechar para indicarles qué aspectos deben tener en cuenta a la hora de exponer oralmente un tema, incluso evaluarlo si nos parece oportuno.

En cualquier caso, ha sido una actividad muy enriquecedora de la que espero sacar más y mejor partido en próximas propuestas. Os dejo un par de muestras. (Quiero destacar que la primera ha sido elaborada por dos alumnas rumanas que el curso pasado estaban en el Aula de Enlace y este  en el Programa de Diversificación; podéis imaginar las dificultades -de todo tipo- con que se han encontrado)






Línea del tiempo

miércoles, 12 de enero de 2011

OTRA DE LECTURAS

Desde hace semanas tenía en mente escribir algo sobre cómo nos ha ido a los cañadienses en este primer trimestre la cuestión  de las lecturas en el primer ciclo de ESO, pero por pereza y a punto de empezar a hibernar, lo eché en el olvido. Sin embargo, Silvia González, desde sus Lengüetazos literarios y su interesante y completa propuesta para trabajar la lectura de Abdel, me ha sacudido de mi letargo y me he decidido a contarlo. 

En nuestro instituto  -como en otros muchos por los que he pasado- planteamos para todos los cursos de la ESO al menos  dos lecturas trimestrales: una para leer en clase y otra para casa. Tenemos una amplia lista de la que cada profesor escoge las que le parecen más apropiadas. Nos ponemos de acuerdo para no coincidir con las mismas obras al mismo tiempo e intentamos aprovechar aquellos libros de los que tenemos al menos 15 ejemplares para poder hacer una lectura común en clase.

En mi caso, he escogido para leer en clase de 1º  y 2º de ESO El principe de la niebla, de Carlos Ruiz Zafón. Casi diariamente comenzamos la clase leyendo. Como ya es una rutina instalada, nada más llegar reparto libros y leemos durante 15 minutos (en 1º tengo 10 alumnos y en 2º 18 gracias a los pocos desdobles que nos quedan). A veces le dedicamos un poco más de tiempo, dependiendo de otras actividades que me interese  hacer con mayor o menor urgencia (Mon Dieu! ¡El programa!) La  cuestión es que leer se convierta en un hábito, en una rutina. Esa lectura en voz alta (suelo empezar yo a leer) ayuda a consolidar el hábito (mi clase de 1º es la de los alumnos con más dificultades), a mejorar la lectura expresiva, a plantear y a debatir cuestiones que surjan al hilo de la misma, y a trabajar después otros aspectos de la asignatura como la expresión oral o escrita -redacciones, resúmenes, ortografía, vocabulario,resolución de algún cuestionario, etc. No es fácil aunar el objetivo de afianzar el gusto por la lectura, de consolidarla como fuente de placer,  con los relacionados con las destrezas comunicativas básicas que, de una forma o de otra, hay que evaluar.  Eso por no hablar de cómo nos horroriza reunir el verbo leer con el de obligar. Hombre, yo les digo que, como la verdura y el pescado, han de asumir que alguna cucharada han de meterse entre pecho y espalda, pues difícilmente van a afinar paladar y a pararse a degustar una buena merluza si sólo conocen los palitos de El Capitán Pescanova.

Pero como no me quiero enzarzar más con estas cuestiones, ampliamente discutidas y planteadas cual eterno retorno, resumo:

-Que esta lectura de clase les ha gustado mucho a los dos cursos. En 2º, algunos se han animado y estas vacaciones, por su cuenta y riesgo, se han embarcado en La sombra del viento o en Marina, del mismo autor. Cuando terminamos la lectura les puse este vídeo, quizá más adecuado para ver antes que después de leer, a modo de animación, aunque igualmente les gustó mucho.

-Que la manera de evaluarla ha sido a partir de una serie de actividades de escritura planteadas después de leer, por ejemplo: escribir una carta desde la perspectiva de un personaje para comentar una determinada cuestión; hacer resúmenes de algún capítulo, o de algún aspecto más concreto de la historia (por ejemplo, en este caso, recopilar toda la información que aparece sobre Caín y resumirla ordenadamente); inventarse una página de un diario...

-Que estas notas de lectura, más la de lectura de casa de la que hablaré a continuación, junto con otras como las de las redacciones, el cuaderno, trabajos individuales o en grupo y exposiciones orales, conforman el 50% de la nota trimestral. (El otro 50% son exámenes más o menos tradicionales).

En cuanto a la lectura que hacen en casa, procuro igualmente que  algún ejemplar proceda de  la biblioteca del centro. A principio de curso les paso un cuestionario para conocer sus gustos y hábitos lectores, (este curso en 2º lo ha hecho mi compañara Chus Cubo, del Departamento de Francés, desde su hora de MAE);  además, aprovecho alguna cuestión  o tema que surge  para traer a colación tal o cual libro y hablar de él. Les tiro de la lengua y me hago una ligera idea de qué les puede o no gustar. Así que, a la biblioteca se ha dicho, un espacio cálido, agradable y luminoso al que suelen ir con muchísimo gusto,  y  a elegir de entre unos pocos que les presento. Los tocan, leemos el principio, curiosean, charlan, comentan, ...y se los llevan.

En 1º la elección ha sido entre:

-El valle de los lobos, de Laura García Gallego, para los amantes de la fantasía y del tono épico.
-El complot de las flores, de Andrea Ferrari, de corte realista, con falsa historia de amor incluida, con humor y con valores destacables como la importancia del trabajo en equipo.
-Lobo negro, un skin, de Marie Hagemann, pensado exclusivamente para dos alumnos repetidores con ningún interés por leer y, en un caso concreto, con bastantes carencias en cuanto a lectura comprensiva y expresiva. 
-Las brujas, de Roal Dahl, para otro "escapao" de los libros que pedía algo fácil.

En 2º de ESO las lecturas propuestas fueron:

-Las lágrimas de Shiva, de César Mallorquí. Les gusta porque trata de misterios relacionados con fantasmas y por los protagonistas adolescentes. Está ambientada en el año en que el hombre llegó a la Luna.
-Falso movimiento, de Alejandro Gándara. De entrada, fue la más elegida: chica de 15 años que se pierde en la noche de Madrid; padre que se recorre la ciudad para encontrarla y se tropieza, de golpe, con todo lo feo que hay en su propia vida. Como sólo había ocho ejemplares, las rifé.
-La llamada de lo salvaje, de Jack London. No la escogió nadie, aunque dos alumnas la leyeron después como lectura voluntaria, para mejorar la nota. Una la dejó a medias y otra la completó y entregó trabajo.

Y, ahora, ¿qué hago para evaluar tanto libro? De la mayoría de ellos tengo exámenes porque son lecturas que conozco desde hace tiempo, pero con tan pocos alumnos es fácil hacer un seguimiento oral de cómo llevan la lectura y saber quién está leyendo y quien no. Quería proponer algo más creativo que les animase igualmente a hacer el temido trabajo de después, que es el que podéis ver aquí. Curioseando aquí y allá, encontré este modelo de ficha elaborado por Héctor Monteagudo y visto en su Aguja de marear. Me ayudó a reunir mis dispersas ideas, así que lo adapté a mis circunstancias y lo propuse a mis alumnos. De todos ellos, sólo uno de 1º  no entregó trabajo. (Algo que ya sabía: me anunció que no iba a hacerlo, pero que lo quería terminar de leer (Lobo negro), que le dejara unos días más para acabarlo) En 2º, de 18 no lo entregaron dos, uno de ellos absentista. Los resultados han sido muy buenos, especialmente el principal, que era que leyeran un libro en casa (lo cierto es que más de la mitad de la clase lee por su cuenta, vamos, que no se han hecho lectores de repente) y yo he disfrutado mucho leyendo sus tareas. (Os dejo un par de muestras, espero que os gusten).

Y ahora, ¿qué leemos? Pues en 1º ESO hemos empezado El fantasma de Canterville, de Óscar Wilde; y en 2º ESO, El secreto del fuego, de Henning Mankell. De las lecturas de casa, ya hablaremos en otro ratito...



jueves, 6 de enero de 2011

...Y AQUÍ UN POCO DE HUMO...



Mi regalo de Reyes: un precioso cuento de Ignacio Aldecoa, uno de los mejores narradores españoles del s.iglo XX . Aldecoa pertenece a la llamada Generación del medio siglo,  de la que no dejamos de reconocer sus méritos literarios, recientemente con  la concesión del  último Premio Cervantes a otra excelente narradora y cuentista como es Ana Mª Matute.  Como botón de muestra de las virtudes de dicha generación en lo que al cuento se refiere, es muy recomendable la antología de Medardo Fraile, Cuento español de Posguerra, editado por Cátedra.
 El cuento que sigue está incluido en la antología de Alfaguara que selecciona y prologa otro gran cuentista como es José Mª Merino, Los mejores relatos españoles del siglo XX.

(Y ahora...¡a jugar!).

Merendar con doña Ricarda fue siempre divertido. Doña Ricarda tomaba su manzana asada, sobrante del postre de la comida, con modales decimonónicos; luego se olvidaba de los modales y chupaba los pellejos hasta dejarlos transparentes. Andrés la contemplaba entusiasmado haciendo bailar la pierna derecha, apoyada la punta del pie en el travesaño de la mesa, esperando que, como una vez sucedió, se le cayera la dentadura postiza. Doña Ricarda decía:
- Come, Andresito, y estáte quieto que parece que tienes azogue.
Andrés comía su pan con miel haciendo que miraba los blocaos de la guerra de Cuba con soldados barbudos, en el tomo de La Ilustración Iberoamericana, rigurosamente encuadernado, abierto sobre la mesa. Pero a Andrés no le interesaban los blocaos; a hurtadillas observaba a doña Ricarda.
Después del pan con miel venían las nueces. «Los chicos, decía doña Ricarda, para hacerse fuertes, tienen que desayunar café y leche con sopas como los bilbaínos; comer habas con tocino y filetes de cebón con patatas fritas, como los leñadores; merendar pan con miel y nueces como los frailes y las ardillas; cenar puerros, un huevo duro y chocolate hecho como los centenarios.» Sí, esto decía doña Ricarda, anciana culta, ordenada y generosa.
Doña Ricarda vivía con su hijo Prudencio, empleado en un Ministerio hacía treinta años, y una sirvienta muy joven llamada Tomasa, nacida en Cernégula, por tierras del Cid. Andrés era vecino, y en vacaciones sus padres le dejaban pasar a casa de doña Ricarda. Andrés estaba a punto de hacer el ingreso en el bachillerato e iba a un colegio donde enseñaban muy bien Religión, Geografía, Historia, Aritmética y Fútbol. Andrés era feliz en casa de doña Ricarda.
Doña Ricarda al término de la merienda contaba historias. Andrés cerraba La Ilustración Iberoamericana, llena de migas y pegotes de miel, y se quedaba con la boca abierta. Las historias de doña Ricarda eran de guerra, de miedo y de resignación. Hablaba de las guerras carlistas; de las de África, Cuba y Filipinas; de la de los alema-notes y los soldados del Tigre. Hablaba de la muerte; de cómo la muerte llama a las casas cuando quiere entrar o deslizarse tal que un gato o que el viento. Hablaba de la resignación que hay que tener si a uno le salen mal las cosas o nunca le toca la Lotería o pierde un ser muy querido. Andrés, en casa de doña Ricarda, sentía que todo era mágico, inquietante, misterioso y divertido.
El pan con miel y las nueces, acompañados de brasero, de agua con azúcar y del bisbiseo de doña Ricarda, en trance de oración antes de las historias, sabe a antiguo con un sabor de desvalimiento y ternura, con un calor de regazo. Andrés se acurruca en sí mismo. Andrés imagina que a los franceses los manda un tigre con cabeza de hombre; que África, Cuba y Filipinas son países donde los españoles matan infieles y comen plátanos; que las guerras carlistas son una carrera sin parada, de un lado a otro, con un fusil, una manta y unas alpargatas de repuesto; que la muerte es una señora muy alta, muy alta, y muy delgada, muy delgada, vestida de negro y apoyada en un bastón con puño de muletilla, que le sirve para llamar a las puertas. A la muerte dedicaba cada sesión doña Ricarda cosa de un cuarto de hora.
- La muerte - decía doña Ricarda - se las sabe todas. Inventan los médicos, por ejemplo, un medicamento contra la gripe, pues mira, Andresito, la muerte saca a relucir la disentería. En Cuba mató más de los nuestros la disentería, que es un cólico muy fuerte, que los mambises.
- ¿Quiénes eran los mambises? - interrumpía Andrés. Doña Ricarda explicaba teológicamente quiénes eran los mambises.
- Los mambises, hijo mío, eran los propios diablos salidos del infierno, a los que Dios permitía luchar contra los españoles para probarnos.
El niño hacía, con gravedad, afirmaciones de cabeza.
- La muerte - seguía doña Ricarda - llega a la puerta de esta casa, mira si hay signos pintados en la pared. ¿Tú no pintarás en el portal, verdad, Andresito?
Andresito se escalofriaba.
- No, doña Ricarda.
- Bueno, la muerte ve si hay signos; si los hay sube por las escaleras. Se para en el primer piso. Nada. Sigue subiendo. Se para en el segundo. Nada. Sigue subiendo. Se para en el tercero...
El niño imploraba aterrado.
- En el tercero no, doña Ricarda, que vivimos nosotros.
- Pero hijo, la muerte se para en todos los pisos - hacía una pausa -. Bien, en el tercero, nada. Sigue subiendo. ¿Que en toda la casa no hay signos como los del portal? Pues se escapa por el tejado en forma de humo. Y a otra cosa. Y así desde el principio de los siglos hasta el día del Juicio Final.
- ¿Y si hay signos? - preguntaba Andrés en voz baja y secretera.
- Si hay signos en un piso, llama a la puerta con su bastón. Si da un golpe es que pasado un día a la una de la mañana morirá alguien en aquel cuarto. Si da dos golpes es que visitará la casa dos veces ese año: una por el otoño y otra a finales de invierno.
- Doña Ricarda. ¿Y si los que viven en la casa no la quieren recibir, cierran las puertas y ventanas y no abren a nadie aunque llamen?
Doña Ricarda movía la cabeza a un lado y a otro, y, patéticamente, aseguraba:
- Inútil. La muerte se metería como una carta por debajo de la puerta.
Tomasa, la sirvienta, se pasaba el día a la escucha. Por el ventanuco de la cocina vigilaba quiénes subían y bajaban las escaleras. Por eso Tomasa fue a anunciar la llegada de los padres de Andrés a la habitación donde éste y doña Ricarda hablaban de la muerte.
- Doña Ricarda, los padres del... - titubeó - del señorito Andrés ya están aquí.
- Bien.
Andrés se subió las medias que se había bajado por el calor del brasero.
- Doña Ricarda, voy, pero vuelvo en seguida.
- Bien, Andresito.
- Adiós, doña Ricarda.
El niño salió corriendo. Se oyó descorrer un cerrojo. Después el ruido de la puerta.
- Tomasa - dijo doña Ricarda -, quite todo esto, cierre bien la puerta y póngase a planchar.
- Sí, señora.
Doña Ricarda sacó un libro de rezos de entre sus faldas y se colocó las gafas.
El reloj de la mesilla de noche, en el silencio de la habitación, crispaba al enfermo. Andrés tenía fiebre alta. Tic, uno, tac, dos, tic, tres, tac, cuatro... La lámpara arrojaba una luz de crepúsculo, de pequeño crepúsculo, colocada en el suelo, a los pies de la cama. El niño estaba desazonado. Tic, uno, tac, dos, tic, tres...
- Mamá, mamá...
- ¿Qué, hijito? Estoy aquí.
- Llévate ese reloj. Me da miedo.
- ¿Que te da miedo?
- Sí, mamá, las pisadas del reloj... Llévatelo...
La madre cogió el reloj y salió de la alcoba. En el pasillo se topó con su marido.
- ¿Qué, Ester? ¿Por qué grita el niño?
- Está delirando. Dice que oye las pisadas del reloj.
El padre inclinó la cabeza.
- Bonitas Navidades con el niño así.
- No te preocupes, Miguel, ya se pondrá bueno.
El padre se asomó a la alcoba. El niño estaba medio amodorrado. Entró. Le pasó la mano por la frente. Andrés abrió los ojos.
- Papá, me duele aquí.
- Descansa, hijo. Dentro de dos días estarás bueno.
- Papá, llama a doña Ricarda, que venga a verme.
- Sí, hijo. Ahora se lo diré.
- Dile que me traiga La Ilustración.
- Duérmete. En cuanto te duermas paso a avisarla.
Miguel besó a su hijo. En la puerta cuchicheó con su mujer.
- Le ha subido la calentura. Quiere que avisemos a doña Ricarda.
- Yo iré.
La puerta fue cerrada con sigilo. Andrés lloraba silenciosa, dolorosamente. Lágrimas grandes, espaciadas, como primeras gotas de tormenta mojaban su almohada. Luego dejó de llorar. Pasó el tiempo.
Andrés despertó de pronto. En la puerta había sonado un golpe. La madre salió de la habitación. Andrés gritó. Andrés se tapó la cara con el embozo de la sábana.
- Mamá, no abras. Mamá, no abras.
La madre abrió la puerta.
- ¡Ah! Es usted, doña Ricarda, creí que era la muchacha. Ha salido hace un rato a la farmacia y todavía no ha vuelto.
- ¿Qué tal Andresito? El timbre de esta puerta no funciona.
- Andrés no está nada bien. Pero, pase, pase.
En su habitación, Andrés observaba por un huequecito de las sábanas. Vio entrar a doña Ricarda, alta, erguida, vestida de negro, apoyada en su bastón con puño de muletilla. Traía La Ilustración Iberoamericana debajo del brazo. No era la muerte. No podía ser la muerte. Nunca pudo imaginar que doña Ricarda se pareciese tanto a la muerte.
- Andresito, ¿qué tal estás? Te traigo La Ilustración.
Andrés sonrió.
- No hay signos en la puerta.
A doña Ricarda se le olvidaban las cosas que contaba a Andrés.
- ¿Qué dices, Andresito, hijo?
- No hay signos.
La madre intervino:
- Descansa, Andrés.
Luego le arregló la cama y salió con doña Ricarda.
Andrés hundió la cabeza en la almohada y se quedó dormido.
Fueron unas Navidades sin Nacimiento las de Andrés. La víspera de Reyes a mediodía, se levantó de la cama. Anduvo por el pasillo vacilante. Dijo dos o tres veces que se le había olvidado andar. Fue al recibidor y pegó la frente al cristal empañado de la ventana. La madre le regañó. Él pasó la mano por el cristal y vio la calle. No había nieve. Vio los árboles cercanos brillando al sol. Vio un día frío y luminoso. Vio un gorrión dando saltitos por el bordillo de la acera. Vio pasar un automóvil. Después se sentó a plomo en un sillón.
Llegó su padre. Le besó. Le guiñó confidencial un ojo:
- Andrés, mañana es Reyes. Tú me dirás lo que quieres.
- Cómprame una pistola de corcho explosivo. Cómprame una navaja de explorador. Cómprame, también, unos mapas de calcar que he visto en...
- Esta tarde saldré a comprarlos.
Andrés comió en la mesa. Comió desganado. Le costaba tragar la comida. A los postres su madre le dijo:
- Si quieres pasar esta tarde a ver a doña Ricarda, lo puedes hacer, siempre que te abrigues mucho. En la escalera hace frío.
El niño afirmó vagamente, pero por la tarde tuvo sueño y se acostó. Al despertar le sorprendió su padre con los regalos.
- Aquí tienes lo que me has pedido. Los mapas, la navaja de explorador, la pistola v estos libros de aventuras que yo añado.
- Gracias, papá.
Andrés ordenó los regalos sobre la cama. Los contempló. Luego cogió un libro y lo abrió. Leyó: «Whiskey Dick, si no era por todos conceptos una escolta irreprochable, era, por lo menos, un excelente jinete.» Metió la pistola bajo la almohada. Abrió la navaja por su hoja más grande. «Whiskey Dick sacando su tabaco de mascar...» Andrés se estiró placenteramente en la cama.
Llevaba mediada la novela cuando su madre le trajo el café con leche de la cena. Pasada media hora le apagó la luz. Andrés tardó mucho en dormirse pensando en Whiskey Dick y en el Vado del Diablo.
El día de Reyes por la tarde Andrés fue a visitar a doña Ricarda. Doña Ricarda le felicitó por su restablecimiento. Le encontró más delgado. Opinó que había crecido.
- Has dado un estirón, hijo. Estás hecho un hombre.
Luego añadió:
- ¿Que te han echado los Reyes? - Y sin dejarle responder continuó -: Aquí también han venido. Algo te han traído. Tomasa, traiga lo que han dejado los Reyes.
Los Reyes habían dejado para Andrés un juego de Arquitectura y dos libros: Los tres hermanitos de la Talanquera y Lecturas para niños.
- ¿Te gustan? - le preguntó doña Ricarda.
Andrés no tuvo más remedio que contestar:
- Sí, doña Ricarda.
- Bueno. Bien. Pues como ya es muy tarde vamos a merendar. Tomasa, la merienda.
Merendar con doña Ricarda no fue divertido. Merendaron frutas en almíbar, turrón y un vaso de leche.
Andrés estaba inquieto y no le sabían bien las frutas ni el turrón. Empezó a calcular que las cosas tenían que suceder por riguroso turno: merienda, bisbiseo de rezos, por fin historias. ¿Qué aburrida historia contaría doña Ricarda?
- Las Navidades - comenzó doña Ricarda - son fiestas muy antiguas. Cuando yo era como tú, en casa de mi abuela, poníamos un Nacimiento muy grande. Cogíamos en el jardín muérdago...
Doña Ricarda esperó inútilmente la pregunta de Andrés. Desconcertada cambió de tema.
- Recuerdo que una Navidad, hará de esto cincuenta años o más, aquí mismo, en Madrid, un hombre se quedó helado por pasarse la noche de vigilancia para que los anarquistas...
Hizo un silencio a la expectativa de la reacción de Andrés. Andrés apiló los libros, con base en la caja de arquitectura. Se puso en pie y pretextó a doña Ricarda una disculpa para ausentarse. Doña Ricarda quedó cortada. No le respondió de palabra. Movió la cabeza. Extendió las manos sobre la mesa. Andrés se despidió. Caminó despacio por el pasillo. Abrió con cuidado la puerta. Doña Ricarda no llamó a Tomasa. Se quedó anonadada, triste, lacrimosa. Lentamente se fue recuperando.
- Tomasa, ven aquí.
Tomasa apareció con una bandeja en sus manos gordas y coloradas.
- Tomasa, siéntate.
Doña Ricarda hizo un esfuerzo.
- Tomasa, la muerte se las sabe todas. Tomasa, la muerte llega a la puerta de esta casa, mira si hay signos pintados en la pared. ¿Tú no pint...? Tomasa, quite todo esto, cierre bien la puerta y póngase a planchar.
Cuando la sirvienta se fue, una lágrima apretada como un puño se deslizó vacilante por el gran surco de la mejilla derecha de doña Ricarda. Suspiró. Luego sacó el libro de rezos de entre sus faldas y se colocó las gafas. Sobre la cómoda chisporroteaba a punto de apagarse una mariposa encendida a una imagen. Vaciló unos momentos. Luego naufragó. Una columnita de humo surgió de la lamparilla. Whiskey Dick soplaba, frente a Andrés medio tumbado en un sillón, el cañón de uno de sus revólveres humeantes.

(1953)

Ignacio Aldecoa Cuentos (1949-1969)

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