Desde hace mucho tiempo, si tengo oportunidad de dar clase en 3º de ESO, tengo como objetivo que no acabe el curso sin hacer una serie de lecturas que considero fundamentales para este nivel. Fundamentales para mí, digo, pues ya sé que, de entrada, no van a ser textos que mis alumnos tengan en la mesilla de noche. (No, tranquilidad, no tengo intención de abrir un debate, y menos a estas alturas de curso, acerca de si debe existir o no un canon de lecturas para ESO o Bachillerato ni de cuáles deberían formarlo). Como en 3º dedico aproximadamente una cuarta parte de las horas de clase a la lectura, los alumnos saben que la última de la semana la dedicamos a leer, preferentemente en voz alta. Así que, de entrada, y se lea lo que se lea, es una hora que reciben con gozo porque, como yo, intuyen que una de las mejores cosas que pueden hacerse en clase de Lengua es leer. Entre esas lecturas ha estado siempre, al menos hasta hoy, el Lazarillo. Su brevedad permite que pueda leerse en cinco o seis sesiones -en clase, por supuesto- y con la presencia de un profesor que pueda aclarar cuestiones diversas, motivar e incluso, si se tercia, dramatizar la lectura. Hace años, en otro centro, tuvimos la suerte de contar con la presencia de la catedrática de Literatura Española Rosa Navarro Durán, quién contó a los jóvenes lectores de las aventuras de Lázaro cómo fue la tarea de atribuirle la autoría a Alfonso de Valdés a la obra tradicionalmente anónima. Solo puedo decir que disfrutaron muchísimo aquellos alumnos de Fuenlabrada, esa y otras veces que ha vuelto a visitarlos.
Como este curso me he encontrado con muchos alumnos de origen extranjero incorporados hace poco tiempo a la clase, he optado por la edición de Anaya "Clásicos a medida", que he alternado en un arrebato de valor para los tratados más cortos con la de Antonio Rey en Castalia Didáctica, ambas disponibles en la biblioteca de mi centro. Otros cursos yo he utilizado la de Anaya didáctica, muy cómoda por el tipo de letra, el glosario a la altura de la línea y una interesante introducción y completa propuesta de actividades de Ángel Basanta.
El caso es que, aunque he tenido que prescindir de algunos fragmentos, hemos leído el texto prácticamente íntegro en cuatro sesiones, sin más condicionantes que estar atentos y responder después oralmente a algunas cuestiones que les planteaba aceca de lo leído: la crítica a los distintos estamentos sociales, el aprendizaje paulatino de Lázaro, su pérdida de la inocencia, la ironía, el humor y el estilo hiperbolico del autor... Como siempre sucede, a algunos les daba igual leer el Lazarillo o el Boletín Oficial del Estado; otros, aunque atentos, no mostraban ni frío ni calor ante las calamidades del pobre Lázaro, ni ante las ironías y el humor del autor. Sin embargo, siempre hay alumnos que se ríen, o que abren ojos asombrados cuando se dan cuenta de la miseria de Lázaro y de sus amos, o que se indignan ante los que engañan a las pobres gentes...Y del "caso"...ni hablamos; opiniones ha habido para todos los gustos...
En la sesión siguiente pedía una síntesis de lo leído hasta el momento, con qué ideas se habían quedado de la lectura, sobre todo para poderles enganchar con el episodio siguiente.
Pero, una vez terminada la lectura, ¿se iban a ir, así, sin más? ¡Algo había que escribir!. Les propuse una tarea "clásica", que ya he pedido en otras ocasiones: ¿Cómo sería Lázaro hoy? ¿Cómo serían sus padres? ¿Quiénes serían sus amos? ¿Sería un pícaro desalmado? ¿Una víctima de la sociedad cínica y degradada en la que vive? ¿En qué nos parecemos a esos españoles del XVI?
Lanzada la pregunta, estas son una muestra de las respuestas: quién sería el Lazarillo del siglo XXI.