martes, 28 de septiembre de 2010

UN CUENTO PARA PENSAR...



Por una jarra de vino

Había una vez… otro rey. Este era el monarca de un pequeño país: el principado de Uvilandia. Su reino estaba lleno de viñedos y todos sus súbditos se dedicaban a la fabricación de vino. Con la exportación a otros países, las 15.000 familias que habitaban Uvilandia ganaban suficiente dinero como para vivir bastante bien, pagar los impuestos y darse algunos lujos.


Hacía ya varios años que el rey estudiaba las finanzas del reino. El monarca era justo y comprensivo, y no le gustaba la sensación de meterle la mano en los bolsillos a los habitantes de Uvilandia. Ponía gran énfasis, entonces, en estudiar alguna posibilidad de rebajar los impuestos.


Hasta que un día tuvo la gran idea. El rey decidió abolir los impuestos. Como única contribución para solventar los gastos del estado, el rey pediría a cada uno de sus súbditos que una vez por año, en la época en que se envasaran los vinos, se acercaran a los jardines del palacio con una jarra de un litro del mejor vino de su cosecha y lo vaciaran en un gran tonel que se construiría para ese fin.


Con la venta de esos 15.000 litros de vino se obtendría el dinero necesario para el presupuesto de la corona, los gastos de salud y educación del pueblo.


La noticia fue desparramada por el reino en bandos y pegada en carteles en las principales calles de las ciudades. La alegría de la gente fue indescriptible. En todas las casas se alabó al rey y se cantaron canciones en su honor.


En cada taberna se levantaron las copas y se brindó por la salud y la prolongada vida del buen rey.


Y llegó el día de la contribución. Toda esa semana en los barrios y en los mercados, en las plazas y en las iglesias, los habitantes se recordaban y recomendaban unos a otros no faltar a la cita. La conciencia cívica era la justa retribución al gesto del soberano.


Desde temprano, empezaron a llegar de todo el reino las familias enteras de los viñateros con su jarra, en la mano del jefe de familia. Uno por uno subía la larga escalera hasta el tope del enorme tonel real, vaciaba su jarra y bajaba por otra escalera al pie de la cual, el tesorero del reino colocaba en la solapa de cada campesino, un escudo con el sello del rey.


A media tarde, cuando el último de los campesinos vació su jarra, se supo que nadie había faltado. El enorme barril de 15.000 litros estaba lleno. Del primero al último de los súbditos habían pasado a tiempo por los jardines y vaciado sus jarras en el tonel.


El rey estaba orgulloso y satisfecho; y al caer el sol, cuando el pueblo se reunió en la plaza frente al palacio, el monarca salió a su balcón aclamado por su gente. Todos estaban felices.


En una hermosa, herencia de sus ancestros, el rey mandó a buscar una muestra del vino recogido. Con la copa en camino, el soberano les habló y les dijo:


-Maravilloso pueblo de Uvilandia, tal como lo imaginé, todos los habitantes del reino han estado hoy en el palacio.


Quiero compartir con ustedes la alegría de la corona y confirmar que la lealtad del pueblo con su rey, es igual que la lealtad del rey con su pueblo. No se me ocurre mejor homenaje que brindar por ustedes con la primera copa de este vino, que será sin dudas, un néctar de dioses; la suma de las mejores uvas del mundo, elaboradas por las mejores manos del mundo y regadas con el mayor bien del reino, el amor del pueblo.


Todos lloraban y vitoreaban al rey.


Uno de los sirvientes acercó la copa al rey y éste la levantó para brindar por el pueblo que aplaudía eufórico… pero la sorpresa detuvo su mano en el aire. El rey notó, al levantar la copa, que el líquido era transparente e incoloro; lentamente lo acercó a su nariz, entrenada para oler los mejores vinos, y confirmó que no tenía olor ninguno. Catador como era, llevó la copa a su boca casi automáticamente y bebió un sorbo.


¡El vino no tenía gusto a vino, ni a ninguna otra cosa…!


El rey mandó buscar una segunda copa del vino del tonel, y luego otra y por último a tomar una muestra desde el borde superior. Pero no hubo caso, todo era igual: inodoro, incoloro e insípido.


Fueron llamados con urgencia los alquimistas del reino para analizar la composición del vino.


La conclusión fue unánime: el tonel estaba lleno de agua; purísima agua, cien por cien agua.


Enseguida el monarca mandó reunir a todos los sabios y magos del reino, para que buscaran con urgencia una explicación para este misterio. ¿Qué conjuro, reacción química o hechizo había sucedido para que esa mezcla de vinos se transformara en agua…?


El más anciano de sus ministros de gobierno se acercó y le dijo al oído:


-¿Milagro? ¿Conjuro? ¿Alquimia? Nada de eso, su majestad, nada de eso. Vuestros súbditos son humanos, majestad, eso es todo.


-No entiendo -dijo el rey.


-Tomemos por caso a Juan. Juan tiene un enorme viñedo que abarca desde el monte hasta el río. Las uvas que cosecha son de las mejores cepas del reino y su vino es el primero en venderse y al mejor precio. Esta mañana, cuando se preparaba con su familia para bajar al pueblo, una idea le pasó por la cabeza: ¿Y si yo pusiera agua en lugar de vino, quién podría notar la diferencia…?


Una sola jarra de agua, en 15.000 litros de vino, nadie notaría la diferencia. ¡Nadie! Y nadie lo hubiera notado, salvo por un detalle, su majestad, salvo por un detalle: ¡Todos pensaron e hicieron lo mismo!

Jorge Bucay

domingo, 19 de septiembre de 2010

ADIÓS A LABORDETA



Aragoneses en particlar y terrícolas en general estamos hoy un poco más tristes al conocer la muerte de José Antonio Labordeta: poeta, profesor, novelista, cantante, político, guionista, presentador -inolvidable "Un país en la mochila"- y ser humano de esos con los que te irías de cañas con los ojos cerrados. Como seguro que ya habéis escuchado estas otras canciones que, sin ir más lejos, nos ofrece la profe de música en su blog, os dejo con la preciosa "Albada del viento" (de la que existe una hermosa versión de Carmen París que he sido incapaz de encontrar). Va por él.


No te pierdas:
Labordeta, un cantautor apasionado por la política

viernes, 10 de septiembre de 2010

VIAJE AL FIN DEL MUNDO (MANKELL PARA NIÑOS)

Viaje al fin del mundo es el nombre de una tetralogía del novelista y dramaturgo sueco Henning Mankell  cuyos títulos son: El perro que corría hacia una estrella, Las sombras crecen al atardecer, El niño que dormía con nieve en la cama y Viaje al fin del mundo, publicadas por primera vez entre 1990 y 1998.
El protagonista es un niño llamado Joel que vive con su padre en una casa junto a un río, en medio de un gran bosque que en invierno se cubre de nieve. Joel tiene once años, y cuando acabe la serie estará camino de los dieciséis. Samuel, el padre de Joel, es un leñador que fue marinero, que se dedica a talar árboles en un intento furioso por abrirse camino hacia el mar. Ambos sueñan que un día su casa podrá convertirse en un barco y podrán salir de la pequeña aldea. Joel tiene una madre que no conoce porque un día los abandonó. Joel piensa que es por eso que su padre a veces bebe y se pone a limpiar con desesperación la humilde cocina. Tiene un viejo barco que adorna la chimenea, el Célestine, y tiene una misión: seguir a un perro que corría hacia una estrella. Tiene también un cuaderno de bitácora en el que anota todos sus progresos y las promesas que cada año se hace a sí mismo; tiene enormes deseos de disfrutar de una bicicleta y tiene, por fin, un inesperado amigo, Ture, el hijo del nuevo juez, que le acompaña en sus correrías nocturnas y en alguna que otra gamberrada, por ejemplo, arrasar el jardín de Gertrud, la Sin Nariz (una mujer joven y hermosa a la que un error médico dejó sin nariz y que la gente del pueblo rehuye por sus extrañas ideas, y que se acaba convirtiendo en una gran amiga de Joel), espiar a Simón Tempestad o subirse al puente para demostrarle a Ture que ya no es un niño. En las novelas siguientes Joel tendrá otras muchas tareas: recuperarse de un atropello, boicotear la relación de su padre con Sara (¿y si vuelve mamá?), buscarle un novio a la Sin Nariz o participar en los extravagantes juegos que ésta le propone. Atrás va dejando también otras cosas: ya no busca al misterioso perro, ahora le preocupa más su aspecto, pero sigue haciendo de madre de sí mismo –incluso de su propio padre- y siguen soñando con que un día embarcarán muy lejos, rumbo a la isla Pitcairn.. En la tercera entrega conocerá el amor (¿qué es si no aquello que le pasa cuando ve a la nueva dependienta de la tienda de ultramarinos?). También ha decidido que tiene que hacerse muy fuerte, y para ello saca su cama una vez en semana fuera, en  medio de la nieve; y quiere ser como el Rey del Rock y  va a aprender a tocar la guitarra con Simón Tempestad. En la última novela, Joel se verá en situaciones muy difíciles: la búsqueda de su madre, la enfermedad y la muerte de su padre, y la decisión, por fin, de embarcarse rumbo al Fin del Mundo, lejos de la nieve y de los grandes árboles de la aldea. Viaje al fin del mundo es una novela de las llamadas de iniciación, de tono amable y a veces inocente como corresponde, en principio, al punto de vista de un niño como Joel, incluso a pesar de las duras circunstancias en las que a veces se encuentra. Por eso es uno de los libros de Mankell etiquetados como “literatura juvenil”. Pero tiene una cruz que se llama El ojo del leopardo, la última novela de Mankell, publicada este mismo año. Hans Olofson, el protagonista, es un sueco que huyó de su aldea y que acabó casi por casualidad haciéndose cargo de una granja en Zambia. Una noche en la que los delirios que provoca la malaria son más fuertes que nunca, evoca su llegada a África, casi veinte años atrás, y su vida a lo largo de todos esos años: la seducción de África, los intentos por entender la cultura africana, la dificultad para comprender a los negros, la lucha por la supervivencia después de los asesinatos de sus vecinos blancos... Pero esta narración se alterna con la de su infancia, en una aldea siempre nevada de la Suecia de 1965. Esta infancia es, punto por punto (perpleja me quedé) la misma que la de nuestro Joel, pero mucho más desgarrada y terrible: hay un amigo Ture, (que sin embargo, es quien se sube al puente y quien sí sufre una caída que le dejará postrado en una cama), una Sin Nariz con la que mantiene en la adolescencia una relación amorosa de la que a veces se arrepiente y un hogar sin madre, un padre que se emborracha a menudo y un niño que hace de madre de su propio padre. Todo es igual pero mucho más terrible y extremo que en Viaje...Porque aquí el viaje es a la inversa: la vuelta a Suecia de un adulto que está solo, que trata ahora de entender los pasos que ha dado desde que salió de aquella aldea nevada tratando de cumplir una promesa que se hizo a sí mismo.

(Puedes encontrar las cuatro novelas, en ediciones independientes, en la editorial Siruela; Debolsillo las publica en un único volumen)

No te pierdas

viernes, 3 de septiembre de 2010

ANA KARÉNINA

Que este año se celebre el centenario de la muerte de León Tolstoi, (1828-1910), el gran novelista ruso, es una excelente excusa para hablar de una de sus obras más destacadas: Ana Karénina, una de las tres grandes novelas de la literatura europea y universal que tratan, entre otras muchas cosas, el tema del adulterio femenino: completan la trilogía La Regenta, de Clarín, y Madame Bovary, de Gustave Flaubert, que hemos leído este curso pasado en clase de Literatura universal. A mí me gustan muchísimo las tres, tanto que son de esas novelas a las que me gusta volver de vez en cuando. Pero si tuviera que quedarme con una, quizá sería con la novela de Tolstoi.
En Ana Karénina las emociones fuertes están desde la primera página hasta la última, sin tregua que nos deje recobrarnos. La obra está ambientada en la decadente Rusia de los zares, en esa sociedad de estructura medieval en el último tercio del siglo XIX en la que existía un enorme contraste entre el hambre y la miseria de los campesinos y la vida lujosa y relajada de los altos funcionarios y de la nobleza. La novela se estructura en torno a tres núcleos familiares relacionados entre sí:
Dolly y su marido, Stepan Arkadievich. Ella es una madre entregada a sus hijos, preocupada por cómo solventar los pequeños problemas que surgen en el día a día. Él, un tipo feliz que disfruta de su condición de noble: la ópera, el vino, los escarceos amorosos, las tertulias en las casas de la alta sociedad petersburguesa...Stepan es hermano de Ana y, por tanto, es el elemento que une a los Levin con Vronsky y los Karenin.
Kitty y Konstantin Dimitrievich (Levin, o Kostia). Kitty es la hermana pequeña de Dolly, un alma sencilla y sincera. Su relación con Levin nos tiene en vilo de principio a fin.
Levin es el personaje que más me gusta de la novela. Una personaje que supongo adorarían a partes iguales Baroja y Unamuno porque podría ser hijo tanto de uno como de otro. Es el hombre al que atormenta continuamente la necesidad de ser feliz y de entender cómo se llega a la felicidad. Es el noble que se siente incómodo en la corte y que por eso es feliz en el campo, trabajando al lado de los campesinos. Es la lucha entre el pensamiento y la acción. Es una especie de trasunto del propio Tolstoi quien, al igual que Levin, dedicó su vida a mejorar las condiciones de vida de los campesinos y no dejó de atormentarse con delicadas cuestiones intelectuales, espirituales, políticas y sociales en esa búsqueda incesante de la justicia (renunció a sus derechos de autor en los últimos años de su vida porque consideraba indigno el dinero que ganaba con la literatura). Kostia tiene dos hermanos: Nicolai, que muere tubercoloso y desencantado del mundo, y Sergei, un famoso escritor con el que no puede evitar tener una relación fría y distante, lejos de lo que él entiende debería ser una relación fraternal. Kostia, además, es gran amigo de Stepan, y tiene en la novela la función de presentarse, en cierta medida, como la antítesis de Ana ( él sí encuentra, después de una continua lucha consigo mismo, su lugar en el mundo).
Ana Karénina, Alexey Alexandrovich Karenin y Vronsky. Es el trío amoroso protagonista. Karenin es un alto funcionario, con el que Ana vive, tranquila y no sé si feliz, hasta que conoce a Vronsky. Tienen un hijo, Serioja. Vronsky es un joven militar con una prometedora carrera por delante que conoce casualmente a Ana en la estación porque ésta ha viajado desde San Petesburgo a Moscú junto a la madre de Vronsky. El enamoramiento es inmediato. Tanto, que Kitty, enamorada de Vronsky y convencida de que éste va a pedir su mano, rechaza a Levin cuando éste se declara, y después enferma al darse cuenta de que Vronsky se ha enamorado de Ana, hasta el punto de marchar a un balneario fuera de Rusia. Ana no es una mujer insatisfecha como Emma Bovary. Irradia, además de una belleza singularísima, serenidad y felicidad. El adulterio no es algo que Tolstoi deje para el final: se plantea en la primera de las ocho partes de la novela, y al final de la cuarta ya está decidida su marcha con su amante y con la hija que ha tenido con Vronsky, pero sin su querido hijo. En esto también se diferencia de Emma Bovary: en ésta no hay un solo ápice de amor maternal, y a Ana Karenina es precisamente la cuestión que más la aguijonea. Pero sí es un personaje que se convierte en un ser atormentado por los celos, por la duda, por el rechazo social, por los no reconocidos escrúpulos...
En la novela de Tolstoi hay numerosos personajes tan vivos como los principales. Hay también muchos espacios vinculados a los distintos personajes: Moscú, San Petesburgo, el campo, Italia, el balneario...Tolstoi centra la atención del lector en diferentes episodios narrativos: el baile de la primera parte, la carrera en la que Vronsky pierde a su yegua, la siega en la finca de Levin, la comida que ofrece Oblonsky (Stepan) a la alta sociedad, la muerte de Nicolai, el teatro, la visita de Ana a su hijo, la boda de Levin, el parto de Kitty, la muerte de Ana...(anda, se me ha escapado). Me encanta el estilo irónico y poético de Tolstoi, en el que también tiene cabida el simbolismo y lo onírico: los trenes y la estación -el lugar en el que el amor de Vronsky y Ana empieza y acaba- están presentes desde el principio. Y ese sueño que tiene Ana un par de veces -y Vronsky- en el que un hombrecillo se inclina sobre unos hierros... Y la muerte del propio Tolstoi, sobrevenida en una estación de tren...


Como no podía ser de otra manera (soy una mujer predecible), pongo esta joyita de la famosa película de Greta Garbo (sin desmerecer a Vivien Leigh), ni más ni menos que del año 1935. La escena en que Vronsky, tras seguir a Ana camino de San Petersburgo, le declara su amor. Qué tensión. Creo que necesito una buena novela negra para relajarme...