Debe ser muy, pero que muy rara la biblioteca escolar que no tenga algún libro del sin par Jordi Sierra i Fabra. Muchos son los estudiantes que han crecido a golpe del ya clásico Noche de viernes, Banda sonora, Campos de fresas, El joven Lennon, La música del viento, 97 maneras de decir te quiero y ...(mejor consultáis su enlace porque la lista es casi interminable). Sierra i Fabra, además de escribir ficción, es autor de numerosas biografías de grandes músicos del pop y del rock internacional y de diversas historias sobre estos géneros musicales, faceta no tan conocida del autor.
Hace unos días acabé un libro suyo por el que tenía cierta curiosidad, y que fue Premio Nacional de Literatura Infantil hace un par de años: Kafka y la muñeca viajera. (Preciosa edición de Siruela). Para los más jóvenes, hay que explicar que Franz Kafka es uno de los grandes narradores de la literatura universal, quizá a su pesar, pues antes de morir pidió a un amigo suyo que destruyera todos sus escritos. Afortunadamente, no cumplió su última voluntad y hemos podido disfrutar con obras tan inquietantes como La metamorfosis. Pues bien, Sierra i Fabra parte de una tierna anécdota de la vida del autor que tuvo lugar un año antes de su muerte, cuando residía en Berlín con Dora, su compañera. Kafka solía pasear por el parque Steglizt de Berlín. En una ocasión descubrió a una niña que lloraba amargamente porque había perdido a su muñeca. Kafka, en un deseo de consolarla, inventó que la muñeca se había marchado de viaje y que él tenía una carta suya, puesto que era un"cartero de muñecas". A partir de este momento, Kafka se siente en la obligación de continuar con su mentira y se reúne diariamente con la niña en un banco del parque para leerle la última carta recibida de Brígida, la intrépida viajera, hasta el punto de considerarlo su actividad principal.
Hace unos días acabé un libro suyo por el que tenía cierta curiosidad, y que fue Premio Nacional de Literatura Infantil hace un par de años: Kafka y la muñeca viajera. (Preciosa edición de Siruela). Para los más jóvenes, hay que explicar que Franz Kafka es uno de los grandes narradores de la literatura universal, quizá a su pesar, pues antes de morir pidió a un amigo suyo que destruyera todos sus escritos. Afortunadamente, no cumplió su última voluntad y hemos podido disfrutar con obras tan inquietantes como La metamorfosis. Pues bien, Sierra i Fabra parte de una tierna anécdota de la vida del autor que tuvo lugar un año antes de su muerte, cuando residía en Berlín con Dora, su compañera. Kafka solía pasear por el parque Steglizt de Berlín. En una ocasión descubrió a una niña que lloraba amargamente porque había perdido a su muñeca. Kafka, en un deseo de consolarla, inventó que la muñeca se había marchado de viaje y que él tenía una carta suya, puesto que era un"cartero de muñecas". A partir de este momento, Kafka se siente en la obligación de continuar con su mentira y se reúne diariamente con la niña en un banco del parque para leerle la última carta recibida de Brígida, la intrépida viajera, hasta el punto de considerarlo su actividad principal.
La novela plantea cuestiones muy interesantes no sólo acerca de cómo asumimos las pérdidas, o de cómo decimos adiós a la infancia, sino de cómo, por qué y para qué se escribe: Kafka siente que esas cartas suponen la tarea creativa más importante que ha asumido hasta entonces, pues tiene la función de consolar a una niña de la pérdida de su bien más preciado. Siente que, por fin, esta actividad tiene algún sentido. Es curioso también que Sierra i Fabra explica cómo la lectura de la anécdota en El País le movió a escribir esta historia que tantas satisfacciones le ha reportado.
Quizá no haga falta más que estar atentos a algo que vemos, oímos, leemos o pensamos despreocupadamente para que salte esa chispa que nos mueva a coger el bolígrafo o a sentarnos ante el teclado del ordenador. No importa que ¿sólo? sirva para consolar a alguien. Aunque sea a nosotros mismos.
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