jueves, 18 de junio de 2009

AVARICIA, LUJURIA, MUERTE




Este es el nombre que, tomado del Retablo del gran Valle, da título al montaje de tres de las cinco piezas del mismo que se está representando hasta el domingo 21 de junio en el Teatro Valle-Inclán de Madrid (la antigua Sala Olimpia) . Este montaje tiene de especial que cada pieza está dirigida por un director -alguno muy joven, por cierto- diferente: Ana Zamora dirige Ligazón; Alfredo Sanzol, La cabeza del bautista y Salva Bolta, La rosa de papel.
Tres visiones distintas que, sin embargo, tienen cierta coherencia, pues el tono va "in crescendo": del lirismo del primero al tremendismo del último. El montaje de Ana Zamora está en la línea de lo que el espectador que ha visto a Valle en las últimas décadas puede esperar: vestuario atemporal, colores blancos para la mozuela y pardos y oscuros para el resto de los personajes. Decorado muy sobrio e inclusión de las acotaciones: ayuda a crear esa distancia que a Valle le gustaba marcar para con sus personajes. Valle lo subtituló "Auto para siluetas", y en esta línea la directora resuelve sencilla, pero eficazmente, la escena final con sombras chinescas. El segundo está ambientado en la España de los 60 ó 70. Me eché un poco a temblar con la apertura: esa coreografía al estilo de "Los Mismos" con "Mi limón, mi limonero" de fondo. Muy vistoso, aunque creo que tampoco se hubiera echado de menos su ausencia. Afortunadamente, lo que vino después fue un estupendo ejercicio de dirección. De los tres quizá es el que mejor representa el esperpento de Valle, esa risa que enseguida se te congela porque, efectivamente, eso no tiene maldita la gracia. La Pepona (Lucía Quintana) da muy bien el tipo de esos personajes de Valle que no pueden oponerse a esas "pulsiones" irracionales que los dominan. La rosa de papel, el último, con una estética siniestra a lo Tim Burton, lleva al extremo la "muñequización" de los personajes.
Me parecieron válidas y muy interesantes estas miradas sobre el Retablo. A la primera, quizá, le falta un poco más de desgarro: la mozuela tarda un poco en calentar motores. A la segunda sólo le pongo el pero del exceso de música: dramáticamente no aporta nada. Igualmente, en la tercera sobra el ruido final. No obstante, son soluciones originales y, a mi parecer, lecturas que se ajustan al tono de Valle: revolucionario y, en palabras de Fernando Lázaro Carreter, "antiburgués siempre" (a Valle le hubiera encantado ver a algunos espectadores escandalizados).

Del montaje que inauguró el Teatro de la Abadía en Madrid tengo recuerdos vagos (fue hace catorce años): sí recuerdo que me gustó muchísimo, no sé decir si más o menos que éste. De cualquier forma, esta procesión de chulos, mozuelas, gachupines, indianos, gachís, infantes desamparados, julepes y peponas me fascina. Una vez más, me quito el cráneo.

1 comentario:

  1. Anónimo18:45

    A mí también me encantó la versión: unas piezas más que otras, o cada una en su justa medida. Oír las palabras Valle siempre me emociona.
    ...Y yo me quito el craneo ante tu crítica teatral: certera y precisa.

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