Queridas alumnas y alumnos de Bachillerato:
Ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. Así que, calificaciones aparte, seguro que tenéis la cabeza puesta en el viaje que el lunes emprendéis a Italia. Yo, que me quedo en los madriles, ya ardientes y calurosos como no podía ser de otra manera, quiero regalaros esta entrada para que vayáis paladeando el viaje.
Para empezar, una visita a la Venecia de Guido Brunetti, el famoso detective de la escritora americana, pero residente en Venecia, Donna Leon. Brunetti es un inusual policía, alejado del tópico del detective solitario a lo Sam Space, pues tiene esposa e hijos. Le molestan un poco los turistas, así que si os lo encontráis, sed cuidadosos. Creo que pocos venecianos sabrán de la existencia de su famoso vecino, pues Donna Leon quiere seguir disfrutando de Venecia y sus libros no se traducen al italiano.
Os dejo con tres joyas del cine, para que vayáis abriendo boca: Vacaciones en Roma, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, y La dolce vita, de Federico Fellini, cuyos protagonistas son Marcello Mastroianni y Anita Ekberg. Por último, un fragmento de La muerte en Venecia, novela en la que se basa la película de Visconti del mismo nombre. A rivederci!
Junto a la tensa cuerda del balneario, en cuyas plataformas uno se sentía como sobre una terraza, había movimiento alborozado e indolente reposo, saludos y charlas, elegancia matinal, todo mezclado con las desnudeces, que se aprovechan osadamente de las libertades del lugar. Por la orilla paseaban algunas personas envueltas en blancas capas de baño. Hacia la derecha había una montaña de arena con múltiples derivaciones, construida por los chiquillos y adornada con banderitas de todos los países. Los vendedores de mariscos, pasteles y frutas extendían sus mercancías arrodillados en el suelo. Hacia la izquierda, ante una de las casetas un tanto apartadas de la mayoría, y en las que por aquel lado terminaba la playa, había acampado una familia rusa. Caballeros con luengas barbas y grandes dientes, mujeres indolentes, una señorita del Báltico que, sentada ante un caballete, pintaba el mar, gesticulando de vez en cuando desesperadamente; dos niños feos y apacibles; una criada, con una cofia y serviles actitudes de esclava. Allí estaban gozando, agradecidos, del mar y del reposo; llamaban sin cesar, a gritos, a los chiquillos, que jugaban sin hacerles caso; bromeaban, empleando algunas palabras italianas, con el viejo humorista, a quien compraban golosinas; se besaban unos a otros en las mejillas, sin que les preocuparan en lo más mínimo los observadores alrededor.
«Me quedaré», pensaba Aschenbach. ¿Dónde podría estar mejor?
La muerte en Venecia, de Thomas Mann
(Origen del texto: Biblioteca Ciudad Seva)
Me permito comentar aunque el post vaya dirigido a tus alumnos; ¡PRECIOSA ENTRADA! Espero que
ResponderEliminarla lean/vean bien y la disfruten.
Gracias, Conchita, eso espero, aunque creo que, a etas alturas, tienen la cabeza en el avión...
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