martes, 2 de febrero de 2010

DE VIVOS Y MUERTOS


Esta semana pasada han tenido lugar dos noticias relacionadas con dos autores excepcionales. Una es
la muerte de J. D. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno. Creo que tuve la suerte de leer esta novela sin interesarme mucho por lo raro que era el autor, ni por todas las leyendas que rondaban alrededor del supuesto malditismo del texto. Cayó en mis manos porque un noviete - éramos tan jóvenes...-me la regaló y me la recomendó vivamente. Holden Caulfield, ese niño bien de los años 50, malhablado y consentido, rebelde sin causa, tocado por la desidia y el inconformismo del que todo lo tiene, me sedujo. Creo que, a pesar de todos los defectos del personaje -a veces dan ganas de abofetearle- produce, ante todo mucha ternura: el vértigo que le causa descubrir que el mundo no es exactamente como él esperaba, su torpeza al desenvolverse en escenarios adultos y su añoranza constante del niño que ya no es, ni será.

Holden es expulsado del colegio y deambula unos días por Nueva York antes ir a casa. Aunque dice que no es su intención, nos cuenta su vida. En esa fuga, sin embargo, algo se rompe en Holden y queda al descubierto su vulnerabilidad.


Es curioso que en los cuentos de Salinger (pues ésta es la única novela que escribió: 60 millones de ejemplares vendidos, 250.000 ejemplares aún cada año) siempre hay niños. Niños un poco raros: por su exceso de sensatez, por su lucidez, por su amor por lo sórdido o por su increíble inocencia. ..Las situaciones, los ambientes, son corrientes, banales, incluso vulgares. La guerra -siempre la guerra, en este caso la Segunda Guerra Mundial- y sus consecuencias también acechan a los personajes: les queda la locura, como a Seymour de "Un buen día para el pez plátano", o a Eloise, que perdió a su novio soldado ("El tío Wiggly en Connecticut")...La mezcla entre lo frívolo, lo banal, y la perspectiva que da el autor del sinsentido de esta civilización curtida a base de destruir y reconstruir otorgan a la prosa de Salinger (tan fresca, tan descuidada...) un gran atractivo.


El vivo -por muchos años- es Juan José Millás, que ha sido galardonado con el premio Don Quijote de periodismo. Leo - y escucho- a Millás hace muchos años. Me encantan sus artículos, sus cuentos y sus novelas. Millás tiene una visión del mundo, de la literatura y de la comunicación muy particular: nos ha revelado el lado inquietante de la gris realidad. Tanto, que a veces consigue que le demos otra vuelta de tuerca a esa inquietud: por ejemplo, coges un día el metro, la línea 5 y ves a un señor que parece Millás.

Lo parece, y probablemente lo sea, pero no hay que fiarse. Porque una recuerda la extraña sensación de leer Visión del ahogado en una cafetería entre Ciudad Lineal y el Barrio de la Concepción y darse cuenta de que, en ocasiones, algunas calles citadas en la novela están ahí, al otro de la acera y de la lluvia, y puedes llegar a creer que te ha atrapado en uno de sus relatos y que no sabes si podrás salir...

Este es el artículo premiado: (SGAE, ten piedad)

Un adverbio se le ocurre a cualquiera

Hemingway cobraba los artículos por palabras. A tanto el término, lo mismo daba que fueran adjetivos que sustantivos, preposiciones
que adverbios, conjunciones que artículos. No recuerdo de dónde saqué esa información, hace mil años (cuando ni siquiera sabía quién era Hemingway), pero me impresionó vivamente. En mi barrio había una tienda de ultramarinos, una mercería, una droguería, una panadería, una lechería… Pero no había ninguna tienda de palabras. ¿Por qué, tratándose de un negocio tan lucrativo, como demostraba el tal Hemingway? Para vender leche o pan, pensaba yo, era preciso depender de otros proveedores a los que lógicamente había que pagar, mientras que las palabras estaban al alcance de todos, en la calle o en el diccionario.

Imaginé entonces que ponía una tienda de palabras a la que la gente del barrio se acercaba después de comprar el pan. Sólo que yo las vendía a precios diferentes. Las más caras eran los sustantivos, porque sustantivo, suponía yo, venía de sustancia. Si la sustancia de una frase dependía de esta parte de la oración, lo lógico era que valiera más. Después del sustantivo venía el verbo y, tras el verbo, el adjetivo. A partir de ahí, los precios estaban tirados. Cuando un cliente, en mis fantasías, compraba tres sustantivos, le reglaba cuatro o cinco conjunciones, para fidelizarlo. Mi padre, que era agente comercial, utilizaba mucho el verbo fidelizar. ¿De dónde, si no, iba a sacar yo esa rareza gramatical? En mi tienda imaginaria había también un apartado de palabras inexistentes, para gente caprichosa o loca. Aún recuerdo algunas: copribato, rebogila, orgáfono, piscoteba, aguhueco, escopeja…

El negocio imaginario iba bien. Todo el mundo necesitaba mis palabras. Al poco de inaugurar la tienda tuve que contratar dos empleados porque no daba abasto. Luego compré el piso de arriba para ampliar el negocio, pues llegó un momento en el que la gente me pedía también frases. Puse en el sótano un taller con cuatro gramáticos que se pasaban el día construyendo oraciones. Las había de muchos precios, claro. Las frases hechas eran las más baratas. Recuerdo, entre las que tuvieron más éxito, en boca cerrada no entran moscas y no rascar bola, pero a mí me gustaban mucho también leerle a alguien la cartilla, ser un hueso duro de roer, chupar cámara, pelillos a la mar, o mi sastre es rico. El precio de las frases aumentaba a medida que resultaban menos comunes, o más raras. Por alguna razón que no llegué a entender, había mucha demanda de frases absurdas. Me duelen los zapatos, por ejemplo, los espejos fabrican harina orgánica, o las cremalleras son menos sentimentales que los botones. Con el tiempo tuve que crear un departamento dedicado de manera exclusiva a la construcción de frases absurdas.

La idea de la tienda de palabras y frases me resultó muy liberadora, pues siempre pensé que ganarse la vida era condenadamente difícil. El mayor miedo de mi infancia era el de acabar en una esquina, vendiendo pañuelos de papel. Un día que mi madre, tras suspirar con expresión de lástima, se preguntó en voz alta qué iba a ser de mí, le dije que no se preocupara, pues había decidido que iba a poner una tienda de palabras. Tras meditar unos instantes, me dijo que eso era un disparate y que debía poner mis energías en cuestiones prácticas. Ahí acabó mi sueño de vender palabras. Luego, de mayor, comprobé que los anuncios por palabras constituían un capítulo muy importante en la cuenta de resultados de los periódicos. Pero no le dije nada a mamá, para que no se sintiera culpable.

De todos modos, acabé viviendo de las palabras. No tengo una tienda abierta al público, tal como soñaba entonces, pero me levanto por las mañanas, las ordeno en un papel, las envío al periódico o a la editorial y me pagan por ellas. A tanto la pieza. Una pieza es un artículo. El término pieza se utiliza también entre los cazadores para denominar a los animales abatidos. La semejanza es correcta, pues escribir un texto se parece mucho a cazarlo. De hecho, con frecuencia se nos escapa. La otra noche, en la cama, con los ojos cerrados, pasó volando por mi bóveda craneal un artículo estupendo. Me levanté, cogí un cuaderno que tengo en la mesilla, apunté con el bolígrafo, pero la pieza había desaparecido. Desde la utilización masiva de los ordenadores, contamos los artículos por palabras. Éste que están ustedes leyendo tendrá unas 4.700. Puedo calcular a cuánto me sale la palabra y decir que cobro en plan Hemingway. Pero me sigue pareciendo mal que me paguen lo mismo por un sustantivo que por un adverbio. Un adverbio se le ocurre a cualquiera.


Juan José Millás
(procedencia del texto)


(Procedencia de la imagen)


10 comentarios:

  1. Cómo me gusta Juan José Millás; es verdad que hace de lo cotidiano algo especial y mágico; celebro su premio. Pero Carlota, lo mejor es lo que nos cuentas de Salinger y de su Guardián...Esto sí que es una señora entrada-reseña-artículo....¡eres estupenda!
    Besos.

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  2. Carlota, bueno, ya lo he conseguido, poner tu blog en mi lista y visitarte. Mi opinión sobre Salinger ya la dejé en el blog de Joselu, y no es muy positiva precisamente. Ni me resulta simpático el escritor, ni me interesó especialmente la novela, quizás porque la leí ya un poco mayor y con criterios literarios y éticos más selectivos. No conocí al autor, porque al no interesarme lo que contaba, tampoco me interesé por su persona. Ahora descubro quién era y la antipatía que sentí por el narrador que se traslucía en la novela, la veo justificada. Es una cuestión personal, solamente eso. No me es simpático, en el sentido etimológico más radical y puro del término, no logro tener conexión con él ni con lo que escribe.
    Millás para mí es otra cosa. Me encanta y me divierte como articulista y le tengo una gran simpatía personal. Otra cosa son sus novelas, que siempre me parecen ocurrentes, las que he leído hasta el momento, pero como juguetonas y un poco ligeras. También es algo personal, y eso no implica una desvaloración de la gente que se complace en leerlas, sino declarar que para mí no son la lectura ideal. Piensa que paso sobradamente los cincuenta, que uno de mis vicios es la lectura, que he leído mucho más de lo conveniente, y que a estas alturas mi tiempo es limitado, por lo tanto, me impongo restricciones muy severas: sólo leo lo que me complace, me aporta algo, me gusta, me distrae o me convence totalmente. A las cincuenta páginas, si no estoy en lo que estoy, lo dejo sin ningún remordimiento. Las novelas de Millás que he leído las he leído enteras, pero no me han dejado ningún poso, así que en adelante, haga lo que haga, tendrá que venir muy fuertemente recomendado para que yo me ponga a leerlo. Los artículos, sí, los leo con mucho gusto. Y me congratulo de ese premio que le han dado, porque creo que lo merece.

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  3. Y a mí. Y lo que le queda. Gracias, Lola, tú sí que eres estupenda.

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  4. Comparte contigo la antipatía por Salinger y la simpatía por Millás, y entiendo ese rechazo que a veces nos lleva del autor a la obra o viceversa. En cuanto a la obra de Millás, yo no sé si me han dejado poso o no. A mí también me pasa eso de no perder el tiempo con lo que no me "entra", aunque he pasado por la experiencia de ser a la tercera o a la cuarta cuando he decidido "dejar pasar el libro", por eso aún les doy más oportunidades. Yo con los años he aprendido también que la lectura, como tantas cosas, es una cuestión de "piel", o de química, como nos pasa con las personas. No sabemos por qué es así, pero es. Gracias por tu aportación, Clares, es un placer charlar contigo.

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  5. Hojas de limón21:11

    Carlota, qué bien has cazado tus palabras para este artículo, qué entrada más buena, buena, rebuena! Aquí, dejándote el corazón y la piel. Besos.

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  6. Gracias, compañera, me miras con muy buenos ojos...

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  7. Hola Carlota:
    He descubierto este blog en el certamen Edublog-10 y me ha gustado tanto que he decidido incorporarlo a los que sigo. Gracias por tantas aportaciones.
    Sobre Salinger he de decir que nunca he entendido el aprecio que provoca en tanta gente "El guardian entre el centeno",un libro que a mí no me interesó en absoluto.
    En cuanto a Millás estoy de acuerdo con Clares. Sus novelas son eso, ligeras. En cambio donde a mi me parece un verdadero artista es en la lectura de imágenes. Esos textos que aparecen en "El País Semanal" o en el propio periódico como prolongación-inerpretación de una foto son para mí espectacularmente ingeniosos, lúcidos y,sobre todo, libres.
    Gracias por colocar aquí el artículo del premio,pues yo no lo había leído. El amor a los juegos de palabras es ya tan propio de él que no parece que se pueda hablar de su escritura sin citarlo.
    Saludos.

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  8. ¡Hola, "Ladrar a la luna"!Me alegro de que te guste. Yo acabo de pasar por el tuyo gracias a tu enlace y creo que también te visitaré: me interesan mucho las reseñas que haces. Hasta pronto.

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  9. Millás es uno de mis columnistas preferidos, junto a Manuel Vicent (los dos de El País). Con Millás me sucede que siempre publica el artículo que necesito para ilustrar aquellos aspectos que estoy trabajando en el aula. Sus articuentos son un excelente filón para las clases de lengua.

    Salinger también me gusta, pero mejor no entrar en polémicas, vistos los dispares gustos de los comentaristas.

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  10. Es cierto, Lu: yo a veces pienso que escribe pensando en los profesores de lengua...

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