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ESPADAS DE NOCHE
Obviamente no podía dejar que ninguno de los dos acabara con la vida del otro, mi autoritario aunque querido amo Llamado Santiago empuñaba en su mano una espada bastante pesada, por lo que le sería más difícil tener cierta agilidad a la hora de contraatacar. Frente a el, un joven, Llamado Lucas, de unos dieciséis años, bastante joven para desenvainar una espada en combate, pero en su mirada se notaba cierto grado de furia.
Ambos mantuvieron las miradas durante un largo tiempo. La tensión se podía cortar en el aire con cuchillo, ni una mueca, ni un gesto...Situados a una notable distancia, y nada, no hacían nada. De repente, como si de la nada, casi a la par empezaron a Correr uno hacia el otro gritando enfurecidos, desenvainando las espadas al vuelo.
Al primer choque de sus armas le sucedieron unos cuantos más y, de pronto, una sacudida de ambos, cayeron al suelo casi sin aire, no veía muy claro el motivo de todo esto, desconocía qué tipo de suceso tan perturbador les había enloquecido de tal manera que les hiciera acabar batiéndose en duelo.
Se levantaron después de unos minutos en el suelo recobrando el aire, y comenzaron de nuevo a agitar las espadas en el aire. Sus gritos, casi gruñidos, producían un gran escándalo en aquel claro del bosque.
Algo ocurrió de repente, una desafortunada herida en la mano de aquel muchacho, producida seguramente por una estocada de mi amo, hizo que este arrojara sin querer su espada al suelo quedándose indefenso.
El señor autoritario que mandaba sobre mí se aprovechó de este descuido fortuito, levantó su pierna en el aire y le propinó una patada en el pecho, un golpe seco que le hizo caer al suelo casi sin aliento.
Santiago Dispuso su espada en el gaznate de Aquel joven, ya está, un poco de presión sobre el mago de la afilada espada y esta le atravesaría el cuello de lado a lado. Lucas no opuso resistencia, ni siquiera imploró ningún tipo de compasión, parece ser que ahora el honor era más importante.
De repente, cuando Mi amo iba a proclamar su sentencia, se oyó de fondo el galopar de un caballo. Paró junto a mi un caballo blanco, quizás fuera de raza árabe. Se quedaron suspensos al ver la extraña figura que se apeó del caballo, y con mucha cortesía fue a besar sus manos. Yo casi boquiabierto pude contemplar la belleza de aquella mujer, Rubia, de piel muy clara. Parecía levitar en el aire. Tomó asiento en el suelo y besó la frente del muchacho. Rompió de cuajo un lado de la falda blanca que vestía y lo enrolló y anudó a la mano de Lucas taponando la herida. Creo que iba entendiendo el porqué de aquel estúpido duelo. Ambos no pronunciaban palabra alguna, simplemente contemplaban la belleza de aquella mujer y de vez en cuando se dedicaban alguna que otra mirada de Desprecio.
Aquella mujer se levantó grácilmente del suelo y tendió su mano a Lucas, el cual casi embobado se precipitó sobre sus labios. Ambos caminaban a la par con una sonrisa en los labios y se montaron en aquel caballo blanco perdiéndose inmediatamente en ese bosque oscuro.
Santiago, mi amo, hincó las rodilla en el suelo, y se queda cabizbajo llorando. No me atreví a acercarme a darle ningún tipo de animo puesto que sabía que sus heridas no se podían sanar de ningún modo.
Desperté a la mañana siguiente con los primero rayos del sol sobre un manto de hierba verde en aquel claro del bosque en donde la noche anterior le habían roto el corazón a un caballero. Miré al frente, pero Santiago ya no se encontraba allí, solo su espada aún manchada de la sangre de Lucas, Y aunque lo busqué por todo el bosque, nunca más en la vida supe de Mi señor, ni del joven Lucas, ni de aquella hermosa mujer.
JOSÉ ANTONIO SÁNCHEZ, 2º Bachillerato B
2º premio prosa
(mayores 16 años)
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