viernes, 27 de mayo de 2011

EN LA FIESTA DE LA CORONACIÓN (Sermón de La Cañada-III)


«EN LA FIESTA DE LA CORONACIÓN»
[SERMÓN DE LA CAÑADA-III]
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Queridos padres y queridas madres, cañadienses alumnos, alumnas, inocentes criaturas, queridísimos dinosaurios y leones, ciervos del bosque, ardillas, lobeznos y aves nocturnas, admirados compañeros y divertidos colegas, gigantes, elfos, “hobbits”, hombres y habitantes de la Tierra Media, hadas, magos, hechiceros, fabricantes de sueños y alfombras voladoras, “zombis” y roqueros, artesanos, ingenieros, agronomistas, economistas y exorcistas, maestros y profesores, diáconos y catecúmenos, albañiles, jardineros, amigos pecadores y gente virtuosa, damas, doncellas que no quieren serlo y castas damiselas, huríes y valquirias, jóvenes aparentemente humanos y presuntos novios, algunas prometidas y madres primerizas, omnívoros, carnívoros, ovolácteos y vegetarianos, oidores y escribientes, creyentes, descreídos, carismáticos, agnósticos, tímidos, peleones, abogados defensores, palafreneros, mamporreros, mariscales, cómicos, funambulistas y chiripitifláuticos:

Bienvenidos todos a esta Aula que hoy más que nunca será Magna, a este humilde salón de actos que hoy se va a convertir (aunque al miraros y ver vuestros caros atuendos, sorprendentes algunos, simpáticos los más, elegantes todos, veo que ya estamos en ello), se va a convertir, digo, en algo más que gran Sala de Audiencias, en algo más que Salón del Trono, en algo más que Recepción de Embajadores del Antiguo y Galáctico Imperio, en algo más, mucho más importante: se va a convertir en valle del Conocimiento, en campo sembrado de Sabiduría, en paraíso de Juventud y de Belleza, en rompimiento de gloria con el triunfo del Afecto sincero y el Amor más puro y fraternal.

Bienvenidos todos, pues, a este valle, a este campo, a este paraíso, bienvenidos todos y especialmente vosotros, muchachas y muchachos míos, ¡ladrones!, que habéis sabido robarme el corazón y conquistarlo, esa plaza fuerte, acaso no tan fuerte, que hasta el momento de conoceros defendía con pasión, pero que habéis conseguido que os entregue. Os doy mi corazón con mis palabras, en este acto de vuestra Primera Coronación, para que me escuchéis, muchos de vosotros quizás por última vez. Y no para enseñaros Léxico, ni Morfología, ni diversas clases de sustantivos, ni listas de adjetivos ni mucho menos Sintaxis, esa facultad del alma que como tantas veces os he dicho no debiera estudiarse en Lengua, sino en asignaturas de Metafísica, Ontología o Teología, pues forma parte no de la Lingüística sino de las virtudes teologales, la Fe, la Esperanza, la Caridad, y hace serie con las mayores cualidades humanas dignas de cultivarse: la Bondad, la Generosidad, la capacidad de sacrificio, de esfuerzo y de entrega desinteresada a los demás.

No, pues, para enseñaros el gozo y el «gustirrinín» de la Etimología, ni las habilidades y placeres extáticos (con “equis”, ya sabéis) de la Semántica y la Pragmática, sino para deciros una vez más que seáis buenos e indulgentes, que seáis generosos y abnegados, que os queráis siempre mucho, que seáis siempre muy amigos, para que la vida os sonría y estéis siempre felices y contentos de estar juntos y de haber venido al mundo y haberos conocido. Para deciros también que cultivéis en vosotros la paciencia y agostéis la ira, y os entreguéis con pasión a lo que hagáis, a los estudios que elijáis, a la profesión que seguramente os elija a vosotros, a los anhelos y deseos que nunca os esclavicen.

Quisiera enseñaros una vez más el léxico de la Amistad, los sustantivos del Entusiasmo, los adjetivos del Cariño, de la Ternura y del Afecto, los verbos y adverbios de la Generosidad, los artículos de la Vida Feliz, las preposiciones y conjunciones de los Buenos Deseos, las interjecciones de la Admiración y la grata sorpresa, y cómo no, la sintaxis «predicativa», y en ocasiones tan «copulativa», del Amor, con todos sus emocionantes «atributos».

Quisiera deciros una vez más que sois maravillosos (con lo que eso a veces pueda conllevar de «insoportables»), no para adularos en este acto beatífico de vuestra coronación de bachilleres, sino para animaros en la nueva etapa de vuestra vida que ahora estáis a punto de emprender, ya casi adultos. Deciros una vez más que sólo el buen ánimo, la voluntad y el esfuerzo os llevarán al triunfo, del que os sentiréis justamente orgullosos, pero no tanto como para sentiros humillados si en parte no lo alcanzarais.

Sed fuertes, pero no para ofender al débil, sino para prestarle sin intereses vuestra ayuda; sed buenos y desprendidos, usad vuestra inteligencia para ver más allá de lo aparente, para descubrir el engaño y desentrañar la verdad, para desconfiar de la servil lisonja y asumir la amorosa y paternal crítica, para desear alcanzar la perfección y perdonar los numerosos errores, para defenderse o huir de las fieras malignas, falsas y asesinas, y rodearse de lo mejor del ser humano: aquellos que nos miran con la bondad de sus ojos, que nos hablan con los labios, la boca y la garganta de su buen corazón, que nos acarician con la dulzura y la suavidad de sus tímidas manos.

Cultivad vuestra Inteligencia y vuestra Sensibilidad para que los árboles de la selva y los animales del bosque, las nubes del cielo y las aguas de los ríos y los mares, sientan el orgullo de acompañaros en la vida y sean vuestro inagotable Manantial. Cultivad vuestras buenas facultades para mejorar y dar la vida, nunca para despreciarla ni quitarla. Entregaos gustosamente a los sabios ideales que mejoren vuestra existencia y la de aquellos que os rodeen (tal vez la Humanidad entera) y huid de las ideologías siempre peligrosas y castradoras, engañosas, sectarias y mortíferas.

Tenéis la obligación de ser felices, de ser libres y de ser felices, para que los demás lo seamos por vosotros y quedemos siempre contentos de haberos tenido y conocido, de haber aportado algo a que así sea, y así forméis parte de nuestros mejores recuerdos, y para que así creamos que nuestra tarea ha merecido, merece y seguirá mereciendo la pena. No seáis nunca rígidos como las rejas de las cárceles –perdonad si a veces lo hemos sido-, sed flexibles como los juncos y las cañas que crecen en matojos a la orilla de los cristalinos ríos.

Que vuestra presencia en este universo sea feroz y valiente como la del lobo y león, contundente y misteriosa como la del dinosaurio y el unicornio, profunda como la mirada del ciervo, alegre y danzarina como la ardilla, tierna y juguetona como el lobezno, sabia y reflexiva como el ave nocturna. Sed omnívoros de la palabra, carnívoros de la pasión, creyentes del hombre, descreídos de los que sólo lo parecen, agnósticos frente a los que presumen de poseer grandes verdades y quieren imponerlas. Sed libres, independientes, francos, desembarazados y atrevidos como el canto de las aves al amanecer, más libres y más sueltos y resueltos aún que el águila, en su vuelo por las nubes.

Tened cuidado de a quién entregáis vuestro Cuerpo y, sobre todo, vuestro Corazón: vuestro cuerpo es un templo sagrado, al que no podrá acceder cualquiera, pues en él residen la Hermosura y la Bondad; es un templo sagrado en donde habita un alma de Dios que sólo de momento es vuestra. Cuidad bien de vuestro cuerpo, que guarda los tesoros más valiosos: vuestra Inteligencia y vuestro Corazón, ya digo, que late con el mundo; guarda vuestro Vientre de oro y vuestro Pecho lleno de estrellas. Cuidad bien de vuestro cuerpo, pues es el tronco del árbol que junta la Tierra con el Cielo.

Y si vuestro corazón contiene un alma llena de Bondad, Pureza y Valentía, no dejéis que nadie ignore estas cualidades y menos vosotros mismos, muchachas y muchachos míos. Quered el Bien para vosotros, sin dejar de quererlo para los demás, y así distinguiréis nítidamente quién os ama y os quiere de verdad.

Dejad que brote toda la luz y la inteligencia que contenéis en vosotros mismos, dejad que crezca y aumente hasta que sepáis bien lo que queréis. Conoceros y amaros a vosotros mismos, por lo mucho que valéis y por lo mucho más que podéis llegar a valer. Encontrad vuestro deseo y pedid siempre lo imposible, porque sois Dueños del mundo, Amos de vuestro ser, Reyes de vuestra alma, y acaso Emperadores de la mía.

Si supierais escuchar las olas, comprenderíais el origen de la vida. Si supierais escuchar los sonidos del aire, comprenderíais el misterio del mundo y su destino. Si supierais descifrar los mensajes de las nubes entenderíais el camino de la felicidad. Si supierais oír el crecimiento de la hierba y el canto de las hojas de los árboles sentiríais la caricia más suave de la vida. Si oyerais el verdadero latido de vuestro corazón y siguierais su ritmo sin romperlo, si pudierais leer todos vuestros sueños, si pudierais mirar el sol de frente y encontrar la verdad…

[SILENCIO]

Si supierais escuchar los mensajes del viento, oiríais en cada soplo lo mucho que sois amados.

Que cada copo de nieve que os caiga en vuestro recorrido sea el cumplimiento de un deseo, que cada gota de lluvia sea para vosotros el beso de la persona que más améis, que cada bocanada de aire que respiréis os dé más vida y mejor vida. Cuidaos mucho y venid a verme alguna vez, pues vosotros sois el aire que da más fuerza y energía, mandadme el calor de vuestro abrazo y perdonadme si os echo tanto de menos: soy como el zorro del desierto que encuentra el Principito -el de ese hermoso libro que tanto os recomiendo-, me he dejado domesticar y he descubierto el doloroso precio de la Felicidad, pero he ganado por el color del trigo y he aprendido que lo esencial es muchas veces, acaso siempre, invisible a los ojos; qué gran verdad que los hombres, torpes, invidentes, olvidamos tantas veces.

Cruzad los océanos, atravesad desiertos, descubrid las selvas tropicales y que vuestros pasos tracen y rocen los cinturones de la Tierra, recorred las Rutas de la Seda y llegad a Oriente y a Occidente, zarpad en veleros por los Océanos Pacíficos. Las selvas africanas sean vuestro paraíso, haceos amigos de las fieras y aprended a hablar la lengua de los leones y las cebras. Que las aves os enseñen su vuelo, que los camellos guíen vuestro paso por las dunas hasta llegar de nuevo al mar. Saltad sin miedo todas las cordilleras, los Alpes, los Urales, no os arredre el frío de Siberia, ni el hielo de los Polos, hasta llegar al Nuevo Mundo y saber sus confines, los países australianos, la extensísima y gélida Patagonia, y la Tierra del Fuego.

Gastad vuestra vida en aventuras, conoced raras gentes, fundad nuevas ciudades, amad a las más bellas mujeres y que vuestra semilla riegue los campos de buenos frutos y de buenos sentimientos. Recorred el mundo y seréis doctos y sabios, comprenderéis las almas y entenderéis la verdaderas Leyes de la Naturaleza. Cruzad los desiertos más áridos, navegad por las aguas más turbulentas, ascended a las nubes más altas de los cielos, escalad las más altas cumbres de las montañas y así contemplaréis el mundo en su grandeza.

Id a los sitios más recónditos y bellos, a las más hermosas bahías, a las islas más templadas y atesoradas, a las ciudades más ricas y celestes. Contemplad las obras de arte más perfectas y conmovedoras, leed los libros más cuerdos, juiciosos y eruditos que se hayan escrito, reconoced la belleza del mundo, la hermosura del mar, la dadivosidad de las llanuras sembradas de alimento.

Seréis felices si vuestra alma obtiene su sustento del camino, si se nutre de los amaneceres, si crece contemplado las estrellas y se ilumina de los mediodías hasta obtener luz propia y emitirla, de tanto amor que sienta. Disfrutad de vuestra juventud, de vuestra libertad una vez conquistada, mantened la mente lúcida y la sensibilidad a flor de piel, sea fuerte vuestra voluntad, fuerte como la rama de un árbol milenario, que vuestros brazos alcancen las nubes que deseen, que vuestra vista sea como la del lince que nocturnamente caza; mantened sosegado vuestro espíritu, sin ningún mal recuerdo, sin ningún ingrato rencor acumulado, y así será tranquilo vuestro paso por las horas y por las estaciones. Pero aprovechad bien el tiempo, para aprender, reflexionar y saber. Esforzaos en comprender, y veréis más allá de la superficie: arrojaos a la profundidad de vuestro ser y extraeréis de vosotros mismos la mayor riqueza que podáis imaginar, y así nunca os sentiréis demasiado solos.

Que sigáis siendo árboles de fuerte tronco y de profundas raíces para continuar creciendo al cielo. Que vuestras ramas sean alas para volar a las estrellas y recorrer el cosmos. Que sepáis alcanzar los placeres más insospechados con quien améis o por quien seáis amados, o acaso en maravillosa y elegida soledad. Que sepáis regar los campos y sembrarlos de trigales amarillos como el oro. Que sigáis siempre inspirando esta ternura de criaturas recién creadas. Que vuestra mirada siga siendo limpia y disipe las grises tinieblas de todos los que os rodean.

Que vuestra sonrisa seductora nos proteja a todos de los males que nos acechen. Que cada una de mis palabras penetre en vuestro corazón e ilumine vuestra mente, para que la belleza de vuestra alma aumente como la de los ángeles. Que cada paso que deis sobre la tierra abra nuevos caminos y que sean vuestro verdadero camino. Que seáis felices, que veáis la luz y vayáis a ella libremente, que seáis siempre libres como el corzo del bosque y el águila del cielo. Que améis el mundo y améis la vida, tanto como a vosotros mismos, y que un día os sintáis orgullosos de ser como sois. Que os acaricien las manos más cariñosas. Que os hablen con las palabras más amables y sabias. Que triunféis en todo lo que emprendáis y sigáis siendo humildes e inocentes para que vuestra hermosura aumente y os envidie y adore la diosa Naturaleza, orgullosa de teneros. Que el alimento que recibáis nutra vuestra mente y vuestro corazón de los mejores y más gozosos sentimientos…

[SILENCIO]

Mas basta ya de monsergas, discursos y opiniones: ¡repiquen las campanas y carillones de todas las sinagogas, iglesias y mezquitas, torres de monasterios y abadías, ayuntamientos y salones del reino, sirenas de bomberos ociosos, ambulancias en paro y hospitales vacíos, que chirríen las puertas de todas las viviendas y habitáculos, castillos, bungalós, alcázares, chalés y apartamentos, suenen las panderetas, clarinetes, dulzainas y carracas, déjense soplar las femeninas flautas, los masculinos oboes y fagotes, vibre el humilde triángulo, lloren de alegría los orgullosos timbales, los roncos contrabajos, las frescas violas, los voladores violines, las aéreas trompetas e insurrectos trombones e insensatos, libérense los que se sientan presos, arrodíllense los pecadores, canten sus rezos los curas y seglares, desaflójense las cinchas, tirantes, cinturones, ábranse los ojos al máximo de sus órbitas, relájense las comisuras de los labios para poder reír a gusto, ábranse las orejas para escuchar lo que se diga y dejarse penetrar con musical gozo de fiesta, bailen su danza del vientre las orientales bailarinas, despójense de velos las dinámicas doncellas y de tocas y hábitos las monjas y púdicas novicias, exhiban sus luchas ancestrales los robustos y sanos gladiadores, muestren su casta desnudez las virginales mozas y ejecuten sus ejercicios gimnásticos los imberbes atletas, y que se abran las bocas de admiración para cantar como sopranos o barítonos y contener el ansia!, porque ahora va a desfilar ante nosotros lo mejor de la caballería andante y de sus damas, porque ahora va a mostrar su verdadero triunfo ante nosotros, abriéndonos de par en par la Gloria, el acto supremo del Amar y del Vivir, que es Enseñar:

Por allí veo una mesnada de donceles y doncellas ataviados a la antigua, como si llevaran más de un año de andanza por estos santos lares: llegan bien alumbrados y adornados, ¡pardiez! que distingo varias Sandras y Sandramalias, Davides, Sergios y Lorenas, y un montón de Alejandros y Rebecas, y Gonzalos, Tomases e Israeles, y Gemas y Lucías, y veo Martas, Emmas y Angelines, como quien cuenta las amapolas entre el trigo.

¡Mirad!, por allí vienen las Nures y las Albas, las primeras, de peregrina y extranjera belleza, descansando de su tarea de hacer amanecer cada mañana, con el orgullo propio de su edad y algunas dellas disimulando como pueden su indiferencia a los numerosos pretendientes que las siguen, pues son discretas.

¡Oh Dios!, por allí vienen las Laras y las Alejandras, emperatrices de las altas regiones donde se elaboran las estrellas, tanto las del cielo como las del fondo del mar, ese abismo que increíblemente se refleja en sus ojos, fuente de las constelaciones.

Y las sigue, casi pegados a sus desplegadas faldas, ¡la banda de los Danieles!, cuán numerosos este año, son por los menos cuatro, qué digo cuatro, ¡cuatrocientos! parecen con la humana y abundante presencia de uno dellos, que unos son más garridos, otros son más recios, y otros, más bien todos, llevan una “G” grabada en el pecho, inicial signo de Grandeza, de Gracia, de Gentileza y de Galantería.

Detrás van las Lauras, las Marías y las Noelias, reinas de la alegría, princesas del alborozo, duquesas del contentamiento y la satisfacción, servidoras del júbilo, dueñas del intensivo regocijo, que lo van expandiendo de sus cestas como quien siembra de pétalos el campo.

Les siguen las Raqueles, las Cristinas y las Martas, cuán graciosos sus andares, cuán valiosos y brillantes sus ropajes, sus diademas, collares y arracadas, mas no tanto como las cualidades de su espíritu, de eterna belleza, mas no como la esotra, efímera (esto, no sé si lo habréis entendido bien del todo, pero valga).

Y luego van las Natalias y las Sandras, de sensata mirada, de inteligente y profunda reflexión, acaso impropia de la ternura de su edad, no obstante siempre el Pudor supo conjuntarse con el Saber, y el silencio siempre fue grato compañero del hacendoso trabajo, minucioso y bien elaborado.

Pero fijaos, aún no acaba esto: ¡llegan los Juanramones, Miguelángeles y Diegos!, líricos como las flores que trasminan de noche sus aromas, graciosos y honestos como «hoplitas» y «mirmidones», seguidores del antitroyano Aquiles y de Alejandro Magno. Y los Franciscos y los Pablos, acompañados por una gran orquesta de tamboriles y un séquito de castañuelas, porque son adoradores feligreses de las diosas de la Danza y de la Música, de quien son sus predilectos protegidos: ellas sabrán elevarlos a las mayores alturas de la fama.

Y detrás van los Nachos, Raúles y Davides, orgullosos, soberbios, altaneros, pero también humildes, dóciles y modestos, muy pocas veces obedientes, ¡hay que ver!, igual que los Alejandros y los Cristian, callados, reservados, taciturnos, de tácito juicio que a veces traducen en palabras: quién reinará en su corazón, quién será dueño o dueña de sus mejores y hondos pensamientos.

¡Virgen santa!, inesperada y sorprendentemente llegan los Gonzalos y las Aidas, y se disponen con las Saras y los Albertos a atravesar el Arco de los Enamorados, ése que florece solamente si el amor de los que lo traspasan es fuerte y verdadero: oh, mirad cómo reflorea y desarrolla y alcanza exuberante su esplendor, nunca lo hizo tanto desde que lo atravesara mi Amadís de Gaula, el más grande caballero enamorado de los tiempos pasados, presentes y futuros.

¡Las Carolinas, las Cristinas, las Tamaras!, cómo brillan y resplandecen entre el numeroso coro de príncipes, escuderos (y moscones) que las persiguen y rodean, pero hay qué ver con qué habilidad ellas los huyen, ahuyentan y rechazan, díscolas y traviesas, se saben atractivas y diestras en el manejo de sus dulces armas, mas ¿quién las guía, que mis cansados ojos apenas las distinguen? Oh Dios, si son las Maricármenes, cuyos ojos me habían cegado y deslumbrado con todo el azul del cielo condensado, menos mal que también ellos (los ojos, digo) se dignan repartir su luz, su brillo y su color entre algunas mañanas de la primavera.

Y entre esa polvareda dorada –¡chapotean en plata los cascos de su cabalgadura!-, veo a los Suleimanes, magníficos con sus coronas de laurel –mereciéranla acaso de diamantes-, mas no me dejo engañar: sé que sólo su apariencia es humana, pues lo que va por dentro es propio de los seres divinos más poderosos y valiosos.

¡Y por fin los Marios!, mas no, los Marios no, Marios no hay más que uno: ése cuyo silencio es aún más elocuente que las olas del mar y más sonoro que las tormentas inesperadas del verano, ése cuya mirada es más profunda y marina que la del delfín que salta a superficie para respirar y reírse inteligentemente del fuerte oleaje y de las mareas –las que algunos incrédulos provocan-, y contra las cuales vence.

¡Oh, y ya se marchan todos!, pasan de largo como si tal cosa, y a mí, triste Quijote que confunde gigantes con molinos, ejércitos con rebaños, pero que sabe aún distinguir la luz de la oscuridad, apenas me regalan con su mirada y su sonrisa, tal vez alguna mueca de agradecimiento, Dios sabrá por qué.

¡Dejadme!, dejadme aquí, sí, en compañía de mis capitanas de este barco que sigue navegando en aguas tormentosas, dejadme, sí, aquí con mis Mariajosés y con mis Cármenes y con mis Magdalenas; con mis Linas, mis Lolas, mis Yolandas, mis Anas, mis Enriques y mis Noelias; con mis políglotas Mariasjesús, con mis Franciscojavieres, mis Juancarlos, mis Félix y mis Pepenachos; mis Oscares, mis Claudinos, mis Carlopablos e Isabeles (¿qué fue dellos?); mis Mercedes, mis Paquitas, mis Joseluises, Jesuses y Cristóbales; mis Plácidos, mis Julitas y mis Antonias, que ya pronto se me van, sálvandose a tiempo del incierto naufragio; mis Daviduribes, mis Luisas y Marialuisas; mis Teresas, Cristinas, Rosarios y Raqueles; mis Raimundos, mis Marcelinos y mis ¿en dónde están mis Lidias, mis Mariajosesevillanos, mis Rosauras, tan bárbaras e inglesas?

Dejadme aquí con ellas y con ellos, nombrados e innombrados, para poder seguir ejerciendo este pobre oficio de poeta –¡la Poesía!, esa diosa que un día me eligió para amarme y poseerme, gozarme y destrozarme con sus zarpazos de tigresa, y a la que me entregué como a vosotros- de poeta, digo, y de humilde adorador de mi Dios del Amor: el Único, el Elegido, el Extraño, el Singular, el Extraordinario, el Verdadero, «porque sólo de Él, y por Él y para Él, son todas las cosas» (Rom., 11, 36). VALE.


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JESÚS GÓMEZ AYET. I.E.S. LA CAÑADA
COSLADA, SÁBADO 7 DE MAYO DE 2011
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6 comentarios:

  1. Otro Sermón como siempre :P
    Hola antigua profesora, soy Alberto Trijueque, del curso pasado, que e abierto nuevo blog por un libro que estoy escribiendo. Espero que sigais con fuerza por alli ^^ BsSsS!!!

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  2. ¡Hola, Alberto! ¡Qué bueno verte de nuevo por aquí! Me encanta que no te hayas olvidado de este rinconcito. Pues ahora mismo me voy a visitar ese nuevo blog, ya veo que sigues en vena creativa. Un beso!!

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  3. Muy emocionante, Carlota, de verdad, culto y cercano, tierno, esperanzador, lleno de amor hacia los que emprenden nuevos caminos. Ya quisiera yo que me hubieran despedido con tan bellas palabras cuando años ha salí fuera del caparazón que suponía para mí el insti.

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  4. Es muy emocionante, Alberto. Jesús, mi compañero de Departamento, tiene el mágico don de la palabra y, verdaderamente, despide a los alumnos con mucho amor. Un abrazo.

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  5. Qué emoción, Carlota.Por cierto: espero que no hayas tenido que escribirlo "a mano", je, je.
    Muchos besos, compi.

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  6. Noooo, me lo dejó preparadito y listo para publicar. Un beso.

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