jueves, 13 de mayo de 2010

UN ANILLO, UNA PROMESA

(Fotografía de Mabahamo)

La lucha era intensa, se oían los choques entre espada y espada. Los piratas de fondo gritando, defendiendo a su temerario capitán.
Pete tenía que conseguir vencer al capitán Jones y recuperar su grandioso barco “El Oro” que esos rufianes le habían quitado; tenía que rescatar a su tripulación, que veía su vida pasar entre aquellas rejas desde el día en que perdieron el mando del barco, viviendo entre toda la miseria que una vez dejaron abandonada en aquel sucio y oscuro lugar… Por último, debía volver junto a ella, junto a aquella preciosa dama, a quien prometió un viaje lleno de aventura, una historia que nunca olvidaría en el más maravilloso barco que ella podría imaginar; con sus enormes banderas y sus lujosas dependencias; la que había terminado de una manera desagradable, al cruzarse en su camino aquellos sucios piratas.
Parecía que la victoria esta vez sería de Pete, pero los piratas le cogieron y le amarraron fuerte con una soga, irrumpiendo el código de todo buen pirata, que decía que toda batalla declarada oficialmente debía ser únicamente juego de dos, y que solo terminaría cuando uno de los dos derramase su sangre, y se despidiese del honor de ser pirata.
El juego había terminado. Fueron al calabozo donde se encontraba Emilie con la tripulación y, junto a Pete, les mostraron su destino; la tabla.
Tras risas, gritos, cantos, y mucho ron, llegaron a la llamada “Isla de las Tortugas”.
Toda la tripulación del Capitán Jones se apresuró cerca de la tabla, donde con las manos atadas y los ojos vendados, se encontraba Pete. Emilie gritaba para que no la dejase sola, pero sus esfuerzos por volver junto a ella le hicieron caer al agua. Llegó a la orilla, y vio aquella isla desierta. No podía ser.
Veía como el barco se alejaba. Él gritaba que volvieran, que no le dejaran allí.
Mientras tanto, los piratas vendaban los ojos a Emilie y daban la vuelta a la isla dejándola en la otra orilla; los dos se volverían locos, estarían solos, en la misma isla y sin saberlo.
Entre griteríos, manos muy largas y comentarios groseros Emilie cayó al agua. Llegó a la isla y rompió a llorar. Sentía una gran impotencia, había perdido todo. Buscó en su vestido y sacó un precioso anillo. Lo miró tiernamente y se dijo a sí misma, “Lo haré por ti, por nosotros…”.
Empezaba a oscurecer, así que buscaron refugio para descansar. Los dos pasaron la noche en la playa bajo frondosas palmeras, atentos por si algún barco pasaba. Miraban la luna y pensaban en todo lo que se habían prometido vivir, todo lo que les había costado estar juntos, todas las barreras que habían superado, y lo mucho que habían luchado para defender sus sentimientos.
Amaneció y Pete comenzó a pensar en un plan para huir de aquella isla, buscando materiales para construir una balsa. Emilie, en cambio, se adentró en el frondoso bosque para inspeccionar la isla. En él había todo tipo de arboles y todo era verde y estaba lleno de vida. También pudo contemplar todo tipo de animales salvajes; desde el más pequeño y desagradable insecto, hasta el más precioso y colorido pájaro exótico. Siguió su camino hasta que de pronto apareció una enorme serpiente, mostrando sus colmillos afilados. Emilie no supo cómo reaccionar, sentía gran pánico al ver ese enorme y alargado cuerpo, esa forma de moverse de un lado a otro y esos terroríficos colmillos. Intentó huir rápido, pero la suerte se puso en su contra.
Las horas pasaban, y no tenían más que agua salada y un sol abrasador; los dos deseaban que aquello acabara. Buscando ramas, Pete encontró una trampilla que llevaba a una pequeña bodega con numerosas botellas de ron. Estuvo toda la noche bebiendo y cantando, pero también lamentando lo sucedido.
Pasaban los días e iban perdiendo fuerzas. Emilie, que había conseguido llegar a la orilla no podía más. Estaba sedienta y acalorada, y no tenía fuerzas para moverse. Sus ilusiones se habían roto, sabía que su fin llegaría en poco tiempo. Pete iba sin rumbo por la isla cargado con las botellas de ron que le quedaban. Atravesó como pudo el bosque, solo veía agua y más agua. Paseando por la playa vio a lo lejos una joven desfallecida en la arena. Se acercó a ella y vio que era Emilie. Al verle pensó que era todo una ilusión. Pete no sabía qué hacer. Le dio ron, pero no sirvió para calmar su sed. Cogió agua del mar para despertarla, pero no enfriaba. Estaba ardiendo.
Pete veía como la perdía en sus manos. Por su rostro se deslizó una lágrima. Emilie sonrió y le dijo “Los piratas no lloran”. Él la besó fuertemente y siguió junto a ella refrescándola cada poco tiempo, pero llegó un momento en el que ella ya no reaccionaba; Pete la movía, le gritaba, le decía lo mucho que la amaba, le suplicaba que despertase. La necesitaba. No podía llevarse su vida así, pero ella no respondía.
Rompió a llorar mientras le repetía una y otra vez que ella le había jurado estar siempre con él y nunca dejarle solo. Observó su puño cerrado, lo abrió y descubrió su anillo, aquella preciosa sortija de prometida que le había dado fuerzas hasta el último momento. La cogió en brazos y la llevó bajo una palmera, y ahí fue cuando vio en la pierna de Emilie una extraña marca, como de unos colmillos, y es que el veneno que había corrido por sus venas era tan fuerte que ni las fuerzas que le daba aquel anillo le habían permitido seguir con vida.
Pasaron días y días en la isla. Pete enterró sus vidas. No era capaz de separarse de aquel lugar. Lloraba y suplicaba al ardiente sol su muerte.
De repente una fresca gota cayó sobre el rostro de Pete. Abrió los ojos, y vio dos jóvenes a su alrededor que intentaban despertarle; le dieron agua, y le cogieron en brazos para llevarlo a su barco. Pete intentaba volver donde estaba, usaba la poca fuerza que le quedaba, gritaba que nadie le movería del lado de su amada. Los jóvenes le decían que allí no había nadie, pero él respondía que si, que ella estaba allí sentada esperándole. Ellos dos pensaron que estaba delirando por cómo se encontraba, y a la fuerza le montaron en su barco.
Se hizo de noche. Pete estaba tumbado sin fuerzas. No sabía por qué no se movían, por qué estaba el barco parado frente a aquella isla. De pronto los jóvenes empezaron a gritar ilusionados y levantaron a Pete para que disfrutara de tal maravilla.
Los jóvenes habían acudido a la isla como todos los años, para ver esa hermosa noche de luna llena en la que numerosas tortugas se posaban en las orillas de la isla y desprendían luces divinas de sus caparazones. Era algo precioso que solo ocurría una vez al año.
Algo más de un año después, frente a la Isla de las Tortugas apareció un barco con una grandiosa vela pirata; eran Pete y su tripulación.
Pete se acercó al lugar donde yació Emilie apretando el anillo que llevaba colgado del cuello, un anillo que significó jurar su amor eterno a aquella preciosa dama, un anillo que le hizo prometer que nunca nadie ocuparía su lugar y que, cada año, el mismo día a la misma hora, acudiría allí.

“Para recordarte, Emilie, que siempre te voy a amar, y que voy dar sentido a mi vida junto a ti cada año, en La Isla de las Tortugas”.
ISABEL FERNÁNDEZ TORRES
2º Bachillerato B
1º premio prosa modalidad A

4 comentarios:

  1. Felicidades, la historia es muy bella y emocionante.
    Es grandioso que existan estos concursos.
    Un abrazo.

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  2. ¡¡Muchas felicidades Isabel!!

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  3. ¡Uno de piratas! ¡Qué estupendo! Mi enhorabuena, Isabel.

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  4. Hojas de limón22:26

    Preciosa tu historia de piratas, enhorabuena, Isabel.

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