miércoles, 26 de mayo de 2010

DE LOS ÁRBOLES Y DEL AMOR (SERMÓN DE LA CAÑADA II)


Hermosas y honestas doncellas, castos y arrojados donceles, adoradas damas, respetadas dueñas, admirados caballeros, donosos padres y pacientes (aunque a veces regañonas) madres: una vez más, las capitanas deste barco me piden unas palabras para vuestra despedida en la atracadura deste curso; una vez más, me piden que desgarre mi corazón para deciros adiós y desearos buen viaje en el velero de la vida que ahora tomaréis; una vez más, me hacen comprender la grata pero dolorosa tarea de los grumetes adultos, obligados a enseñaros a andar como Personas, a enseñaros a correr como Caballos, a enseñaros a nadar como Peces, a veces por aguas turbulentas, y ahora enseñaros a volar como las Aves, e invitaros a un largo vuelo que deseamos lleno de sorpresas, rico de aventuras, cumplido de esperanzas, satisfecho de deseos, y finalmente, hinchado de recuerdos, pues como tantas veces me habéis oído decir en mi algo quijotesca lengua, pronto aún para que lo comprendáis del todo, en esta vida lo importante es tener algo que recordar, y cuanto más mejor.

Y así, como otras veces, queriéndoos tanto, yo no os puedo decir adiós, sino daros la bienvenida, y lo hago, a este hermoso bosque –a veces oscuro y misterioso, guardador de peligros, pero también dador de gratitudes- al que todos pertenecemos y que todos –y de ahora en adelante vosotros también mucho- configuramos y damos vida. Porque como también tantas veces os he dicho –y me consta que alguno de vosotros hasta me ha escuchado, no sin dosis de extrañeza- el hombre no puede ser, no ha sido, no es y no podrá ser nunca un animal: no os fiéis de esas supuestas grandes verdades de la ciencia –minúscula ciencia, comparándola con la divina-, esa buscadora de la verdad a sabiendas de que la Verdad no está en el cielo ni en la tierra, ni entre el cielo y la tierra; pues la Verdad sólo está escrita en el corazón del hombre, velada y borrosa por las entretelas de sus entrañas.

Y así, cuán lejos estoy y hemos de estar de esas disparatadas teorías “evolucionistas” –perdónenme biólogos y físicos y químicos, matemáticos, empíricos y gente descreída- que transmiten barbaridades como la nefasta idea de que procedemos del mono, ese torpe simio que se pasa el día dando saltos y gritos con el culo en pompa enrojecido y la “pitirrina” tiesa, siendo acaso hembra el primero y evidentísimo macho el segundo. Qué barbaridad, pues en verdad os digo que en todo caso sería al revés: que ese gracioso chimpancé que se despioja al sol, feliz comedor de bananas, procede quizá de alguna rama de supuestos homínidos que por algún motivo (sin duda, abandonar y olvidar el uso de las lenguas y pasar a la acción de las armas) dejáronse degenerar.

No, pardiez, con todos los respetos a estos sí animales, tengo que recordaros que no somos de ellos ni hemos de ser como ellos; los seres humanos no pertenecemos al Reino Animal, ni tampoco pertenecemos al Reino Mineral –aunque algunos podáis llegar a brillar, o brilléis ya, como diamantes, y he aquí la muestra-, pues claramente somos parte del Reino Vegetal, y más exactamente: que somos árboles. Somos árboles con hondas raíces en la tierra, de donde extraemos savia; somos árboles con fuerte y duro tronco que nos sostiene y del que nos nacen ramas con las que abrazamos, y muchas, muchas hojas para cumplir nuestra función clorofílica y nuestra fotosíntesis; somos árboles que crecemos a la altura del cielo para recibir la luz, tanta en algunos casos, y en algún momento de nuestro transcurso, que nos convierte en nubes para ascender al más allá.

Somos árboles y juntos formamos bosques, e incluso selvas, y por eso yo este año os doy la bienvenida a este bosque de robustos robles, de cimbreantes álamos, de edénicas palmeras, de umbríos pinos, de ácidos olivos y de ásperas higueras –somos tan diferentes los unos de los otros-, de nogales, de magnolios, de aguacateros y melocotoneros, yo qué sé, no me sé todos, no conozco aún a todos, oh bosque de árboles también frutales que rociáis con vuestra lluvia de coloridos pétalos los campos cuando toca.

Bienvenidos, pues, a este bosque en el que habéis de buscar el Árbol del Bien y del Mal, en el que tal vez encontréis el Árbol de la Sabiduría –no llevéis nunca prisa en hacerlo-, en el que tal vez tengáis que comer Frutos Prohibidos y morder sin duda en la hermosa manzana que alguien muy, muy especial os ofrezca. Entrad en este bosque con toda la carga de inocencia que aún tengáis (ojalá no la perdáis nunca), con toda el ansia y todo el ímpetu juvenil que os invita a comeros el mundo, con toda la gracia y toda la inteligencia que la Naturaleza en su sabiduría y en su torpeza –la Naturaleza también comete errores- os ha dotado, pero no con el ímpetu depredador y destructor de algunas bestias –y no lo digo en absoluto por los primates de antes, sino por otros bien dignos de ser estudiados por la Zoología, y si aquesta no lo hace es porque con gran facilidad adoptan engañosa forma humana.

No entréis a nuestro bosque para agredir y destruir, sino para dar vida y defenderla, no con zarpas ni garras para atacar, sino con manos para cuidar y acariciar; no para destrozar, sino para sembrar y cosechar; no para arrancar la vida, sino para construirla; y no para robar amor, sino para ofrecello y regalallo, porque el amor también se siembra y se cultiva, y en verdad no otra cosa hemos hecho con vosotros durante estos, acaso para algunos largos años: sembraros de nuestro Amor y de nuestro Conocimiento, inocularos de nuestras microscópicas semillas para alimentaros del Saber, a sabiendas de que no todo el monte –ni todo el bosque- es orégano: algunos de vosotros os vais gordos y orondos, otros algo más flacos, mas nunca famélicos, como mucho un poco melancólicos, depende del hambre con que nos hayáis querido devorar, pues cada uno tiene su capacidad y su propio ritmo en la ingesta de la savia alimenticia, y no en todos trabaja igual la función clorofílica de la Palabra, ese elemento, ese nutritivo maná, ese metal precioso, esa sustancia viva que de verdad nos hace hombres.

Entrad pues a nuestro bosque, sed en él buenos árboles, y sed en él generosos árboles que den fresca sombra y sabrosos frutos, no vengáis con miedo ni con resquemores, entrad con vuestros ojos bien abiertos, con vuestra frente limpia y despejada, con vuestras tiernas aún pero fuertes ramas –habéis sido bien plantados, bien podados y bien fertilizados, sin duda- dispuestos al fraternal, solidario y colaborador abrazo, con vuestras nervudas y frondosas hojas dispuestas a absorber la luz del Conocimiento, el rayo de la Alegría, la herida de la Inteligencia y el beso de la Sensibilidad –tan sólo así seréis felices- pues estáis llamados a cultivar todas esas humanas y divinas virtudes, y muchas otras, para que no perdamos nunca la esperanza de volver al Paraíso.

Sed buenos, repito, y sed muy generosos. Quereos mucho siempre y sed toda la vida muy amigos. Recorred vuestro camino y volad vuestro cielo con alegría y buenos deseos, sembrad vuestros claros con las semillas de la habilidad, no de la torpeza; de la humildad que os permita reconocer vuestros acaso grandes errores y no sólo criticar los pequeños de los demás, y no con el orgullo insano que os torne indiferentes ante el débil; sembrad con la alegría que os permita compartir vuestros seguros éxitos, y no con la desesperación que os amargue y os haga huidizos y tercos ante el menor fracaso; sembrad vuestro camino con las semillas de vuestra sonrisa y vuestra bondad, para que todos digan de cada uno de vosotros por donde vayáis pasando: “¡qué suerte es haberte conocido!”.

Volad muy alto, que las raíces no os impidan acceder a lo más alto: la vida es sobre todo aspirar no sólo a más, sino a Más Allá, es no sólo saber aprovechar el tiempo, sino dirigirse a la eternidad y volver a formar parte del Todo. Andad (porque sois Hombres), corred (porque sois Caballos), nadad (porque sois Delfines), volad mucho y muy alto (porque sois Águilas), y haced mucho el amor (porque sois Dioses), cuando encontréis quien os ofrezca su hermosa y susodicha manzana para ser mordida, y así plantaréis con ella o con él el Árbol del Amor.

Porque el Amor no es sino un retoño, no es sino un pimpollo de árbol que se planta en quien ama, a veces sin saberlo, porque puede enraizar sin que apenas os deis cuenta. Echadas las raíces va creciendo y le brotan hojas, porque al principio él solo se alimenta, en especial también de palabras y caricias. Le acosan vientos y tormentas, y entonces conviene protegerlo. A veces se estanca y parece que no crece, pero de repente su tronco se ha hecho fuerte y sus ramas se han multiplicado, y lo miraréis y estará cuajado de hojas puras y brillantes. Si ha crecido derecho es capaz de alcanzar la altura de las nubes y de las estrellas, porque el Árbol del Amor puede llegar a ser el más alto del bosque (del bosque de los sentimientos).

Es un árbol que puede crecer solo pero cuando se siente hablado y abrazado su savia se enriquece y hasta le salen flores y da frutos, y a veces no puede dejar de hacerlo. A veces, tal vez siempre, cada ser humano es un árbol del amor, reseco o frondoso según le vaya en la vida, según las palabras y caricias que le rieguen…

No puedo seguir… lo único que puedo deciros es lo mucho que os necesito, que os necesitamos, para no ser un tronco reseco…

Retomo. Y si yo no fuera un árbol, quisiera ser un libro que estuviera en vuestras manos, el libro que más os gustara leer y que llevarais con vosotros a todas partes y en cada momento lo abrierais y leyerais. Tendríais en él todos los versos y todas las palabras, y pasaríais la vista por cada una de ellas una y otra vez, y con vuestra mano lo sostendríais, y con vuestra mano pasaríais cada una de mis hojas, de sus hojas. Buscaríais en él vuestras historias preferidas, reiríais y lloraríais al leerlo, a veces intranquilos, a veces sosegados, buscaríais en él los pensamientos, los recuerdos y así mis pensamientos y mis recuerdos serían vuestros. Quisiera ser vuestro libro preferido, el que no abandonarais nunca por muy leído que lo tuvierais, día a día y año tras año, siempre guardado (sería un libro de bolsillo) lo más cerca posible de vuestras manos y de vuestro corazón.

Así pues, y finalmente, me despido, o sea, doy la bienvenida a nuestro bosque:

- a los Alejandros, los Pedros y las Cecilias, traviesos como cachorros de león en la africana selva;
- a los astutos Jorges, los quejicosos Ramones, los esforzados Rodrigos y los alegres y arrebatados Carlos;
- a las tímidas y aplicadas Sandras, pacíficas Raqueles, castas y despiertas Susanas, que son como las nubes que preservan del exceso de luz en el verano;
- a los Ángeles tan ausentes, los rubios Dimitris silenciosos, las líricas Albas, los Tomases, Alaricos, Ivanes y Noelias, que son relámpagos que cruzan por el cielo y hacen llover emoción y ternura.
- Doy la bienvenida a las Lauras que ya curan, las Desirés y Ainhoas soñadoras, las rebeldes Sumayas y clásicas Helenas, que brillan como el amanecer;
- a las dulces Tanias, serias y lloradoras Marías, acogedoras Rebecas, sensibles Isabeles, criticones y entrañables Gonzalos, risueñas Cristinas, cuya carcajada despeja dudas e invita a la conquista del mundo;
- a las Angelines fugaces, las Emmas indóciles, las Evas de mirada profunda y los Israeles dicharacheros de gran fe en el futuro y ya con gran peso del pasado;
- a los Álvaros de costosa sonrisa y probada nobleza;
- a las Patricias que reinan en el territorio de la imaginación para enriquecer el de la realidad;
- a las Gemas, dramáticas y afortunadas como islas: afortunados los padres, que amén de tener hijas así las tienen dobles;
- a las profundas y listas Tamaras, las cromáticas Rosanas, equilibradas Nereas, inciertas Paulas, Martas y Mericheles hacendosas, exuberantes y protestonas Noelias, que lo ocupan todo.
- Doy la bienvenida a los Davides y Danieles que jamás renuncian, a los Víctores estudiosos, y Césares creadores de historias e invenciones chinescas;
- a Pablos juguetones y Lucías de mirada algo “perversa” y “seductora”, a otras Lauras, Irenes y Lorenas, solitarias algunas, discretas otras;
- a mis Sergios bondadosos y a mis Adrianes solitarios que cruzan por el bosque como ciervos y lo impregnan de gracia y simpatía;
- a mis Yaizas y Marinas, princesas de este barco velero, a las que nombro emperatrices del mar y los océanos cosladeños y sanfernandinos, pero también itálicos y helénicos.

Seguid todos vuestro vuelo con la creciente envergadura de vuestras alas, seguid extrayendo la rica savia de esta maravillosa y maternal tierra con vuestras hondas raíces, y a mí dejadme, sí, dejadme, y no solo con mi Dulcinea –tengo ya la ligera sospecha de su inexistencia, tal vez la edad me está devolviendo la peligrosa cordura-, sino con Aquél –tengo este “Aquél” escrito no con letra mayúscula, sino con letra capitular, y con acento en la é, porque es pronombre, ¿no?, tanto tiempo ya intentando contagiaros del microbio de la Ortografía y enfermaros dél-, con Aquél, digo, que un día se cruzó en mi camino, me tiró del caballo y se metió en mi corazón para ocuparlo, sí, para ocuparlo, pero también para agrandarlo -nunca creyera yo que tanto- para que bien quepáis en él todas vosotras (mis hermosas y honestas doncellas) y todos vosotros (mis castos y arrojados donceles) y en él permanezcáis mientras siga latiendo. VALE.

JUEVES, 20 DE MAYO DE 2010
JESÚS GÓMEZ AYET
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7 comentarios:

  1. Es precioso verlos marchar felices y agradecidos con su labor cumplida.
    Un beso.

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  2. Querida Carlota:
    Hermosas palabras las que sembraste en esta despedida/bienvenida. Deseo que todos tus alumnos y tú obtengan cotidianamente ricas cosechas para compartir con quienes aman y aportarle al mundo una buena dosis de aire fresco.
    Un abrazo.

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  3. Morticia11:53

    Leer por primera vez lo escuchado en un momento de tanta emoción, me ha hecho estremecer, no sólo por la belleza de las palabras tan bien hiladas, sino por revivir el especial momento de la tarde del 20 de Mayo.
    Jesús: Graciasssssss
    Bachilleres: os deseo lo mejor

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  4. Queridas Lola y Morticia: lo cierto es que da pena y alegría a la vez verlos marchar. Suerte que contamos en estos momentos con las palabras del compañero.

    Querida Mª Eugenia: eres muy amable, pero ya me hubiera gustado a mí haber escrito algo así: es obra de mi compañero Jesús Gómez Ayet, un excelente poeta. Un abrazo.

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  5. Emotivas palabras para un momento emotivo. Mi enhorabuena a Jesús por haber sabido plasmar esa emoción y mis mejores deseos para esos chavales que tienen todo un mundo por delante. Saludos.

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  6. Cierto: es el segundo año que escribe un "sermón" para los bachilleres (qué emoción; el mundo por delante, como bien dices)y se ha convertido en un momento especial del final de curso. Un beso.

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  7. Hojas de limón22:15

    No sé cuál me gusta más, si el discurso del curso pasado o el de éste. Qué suerte para estos jóvenes árboles tener estos abrazos y esta luz para comenzar una nueva etapa. En el cariño de Jesús nos unimos todos. Jesús, gracias. Es un placer leerte.

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