sábado, 3 de marzo de 2012

OLIVER TWIST

Procedencia de la imagen

El huérfano, especialmente si se trata de un niño, es carne de novela. Oliver Twist es, con permiso de Harry Potter o de Tom Sawyer,  el huérfano por excelencia de la literatura universal. Apenas aparece en escena, minúsculo y famélico, reclamando para sí y para sus compañeros otra ración de esas gachas infames servidas a modo de comida en el hospicio, cuando ya nos tiene rendidos  a sus pies. Desde luego, tamaña osadía no pasará desapercibida: será encerrado en una mísera habitación a la espera de que alguien quiera llevárselo como aprendiz. Así, aunque se salva de trabajar para un deshollinador, no se librará de servir al señor Sowerbwrry, el dueño de las pompas fúnebres de la parroquia. Pronto aprenderá el oficio: ayudado por su aspecto frágil y mísero, desempeña a la perfección el papel de plañidero. Pero no será lástima ni compasión precisamente lo que inspire a su compañero de oficio, Noah Claypole, cuyas burlas y martirios hacia el pobre Oliver serán la causa de una tremenda pelea entre ambos que tendrá como consecuencia la marcha del primero, no sin antes recibir una tremenda paliza patrocinada por el señor Bumble, el celador del hospicio, requerido ante la insolencia del muchachito.

Así, puesto en el camino, sin más compañía que el hambre y el recuerdo cálido de una madre que nunca conoció, se dirige a Londres. Cabe imaginar las penurias del viaje: hambre, cansancio, desolación, un mísero hatillo y unos zapatos rotos  que le llevan a conocer a un joven, Jack Dawins, que habla en una jerga incomprensible para Oliver. Por fin, un poco de suerte: él le llevará hasta Londres.

Cuando llega, se encuentra con una ciudad oscura y maloliente. Míseras tabernas, tienduchas deleznables y callejuelas oscuras y retorcidas le reciben como metáfora del mundo que le espera. Y así llega nuestro pequeño y hambriento héroe a las manos de Fagin, el viejo judío, malvado como ninguno desde el mismísismo Otelo, dedicado a la instrucción de niños en el arte de birlar. Así, nuestro Oliver estrenará oficio en compañía de otros pillastres, pupilos de Fagin, como el Fullero y Charley Bates. Solo cuando asiste estupefacto a cómo el Fullero introduce su mano en el bolsillo de un caballero y le roba un pañuelo, cae en la cuenta, cual saco que se desploma desde las alturas, de la naturaleza de estas andanzas.

A partir de aquí, Oliver viaja de una cara a la otra de ese Londres victoriano que lo mismo esclaviza  niños y los mata de hambre y miseria –el lado de Fagin, el asesino Sikes, o el  juez Fang- como los mima entre almohadones de plumas y les da té caliente y tostadas crujientes –el del señor Browlonw,  la anciana señora Bedwin, o  la dulce Rose.

El azar, tan presente en algunas novelas actuales –al menos en las pocas que yo conozco, como  Auster o Murakami-  ya tiene un papel importantísimo en la novela de Dickens. Es el azar quien lleva a los pilluelos a robar al señor Browlonw, quien se convertirá, gracias al testimonio del librero (que casualmente llega a tiempo de testificar a favor de Oliver) en su primer benefactor. En su casa se recuperará de su hambre atrasada y de su miedo de huérfano, y se verá colmado de las atenciones de la señora Bedwin. Pero también será la casualidad la que lleve a Oliver, camino de un recado para el señor Browlonw, a una callejuela cercana a una taberna de la que salen Nancy, que tanta importancia tendrá para el desenlace, y Sikes, compinche de Fagin. La primera finge que Oliver es su hermanito, que se ha escapado de casa, así que no les resulta difícil capturar al pobre Oliwer y llevarlo de nuevo a las garras de Fagin.
De nuevo el azar será quien lleve a Monks, personaje capital para conocer la verdad de esta historia, a descubrir que Oliver es el chico que busca. Otra vez el azar será el que conduzca a Oliver a la casa de Rose: primero a las órdenes de Sikes, que ha planeado robar en la mansión; después, tras salvar milagrosamente la vida a pesar de haber quedado tirado en una zanja, herido al intentar escapar, como querido huésped que hará las delicias de la joven Rose y de la señora Maylie. De nuevo, la casualidad pone en el camino de Oliver  al señor Browlonw –lo ve bajar de un coche- quien llevaba meses fuera de Inglaterra y al que antes había buscado el niño infructuosamente.

Pero, como en las novelas bizantinas, en las que finalmente todo se descubre y todo vuelve a su sitio, se desvelan los hilos ocultos que unían a todos los personajes y se impone la justicia poética; bueno, no tan poética para el mísero Fagin. Oliwer está marcado por la casta de su madre y por la nobleza de su padre y por fin podrá tener la vida que se merece.

Charles Dickens, del que celebramos gustosamente su bicentenario, supo describir muy bien las penurias por las que pasaban los niños como Oliwer dado que él fue también un niño explotado por la industrialización de su época: de día trabajaba en un sórdido sótano fabricando betún, y  de noche, acudía a dormir a la cárcel con sus padres. La novela fue publicada por entregas entre 1837 y 1839 en la revista  Bentley's Miscellany, con ilustraciones de George Cruikshank. Lo curioso es que de forma paralela Dickens había empezado a publicar  por entregas mensuales su primera novela, Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero en otra editorial y con otro ilustrador. En ambas planea la sombra de Cervantes: el profesor José Mª Valverde, especialista en literatura inglesa, señala el paralelismo entre la pareja formada por el señor Pickwick y su criado Sam Weller y nuestros  Don Quijote y Sancho. En el caso de Oliver Twist, la ironía de Dickens y la claridad con que pinta la sociedad de su época nos recuerda mucho el estilo del manco de Alcalá, por no hablar de la estructura de la novela y la manera de presentar los capítulos.

(P.S. Asombra la actualidad de Dickens. La injusticia social sigue presente en nuestro mundo. Aún hay niños esclavos trabajando en penosísimas condiciones, y en el primer mundo, el trabajo de millones de personas es cada vez más precario, sometido a la dictadura de “los mercados”. Mientras tanto, el lujo obsceno y desmedido está presente en la vida de unos pocos. No hemos avanzado mucho 200 años después…En fin, voy a ver si acabo Guerra y Paz: el caso es no salir del XIX...)

Quizá también te interese...

8 comentarios:

  1. Qué entrada tan bonita, Carlota. Me ha maravillado repasar la terrible historia de Oliwer de tu mano. Y el enlace sobre George Cruikshank: todo un descubrimiento para mi.
    ¡Muchas gracias compañera por este regalo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, Lola. Oliwer se lo merece todo! :)

      Eliminar
  2. Lo tengo pendiente. Este aniversario me proporcionará la ocasión que necesitaba para animarme a leerlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los aniversarios proporcionan ocasiones estupendas para abordar determinadas lecturas. ¡A mí me animan mucho!

      Eliminar
  3. Espléndida reseña, querida Carlota, en la que como bien señalas el azar en la novela juega un papel fundamental y queda evidente que las historias de Dickens no son resultado de la casualidad sino del pleno conocimiento de la sociedad que tan bien retrata, aunque por fortuna en su obra sí hay lugar para la esperanza, cosa que en la realidad escasea, como también señalas, ante la existencia de la esclavitud, trata de personas, justicia que se inclina por el poderoso y por los groseros contrastes entre ricos y pobres de aquí, allá y todos lados.
    Un fuerte abrazo en el marco de este bicentenario.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Mª Eugenia. Me gustaría mucho saber qué escribiría Dickens hoy. Se sorprendería al ver lo poco que hemos progresado en algunos aspectos. Un cálido apapacho.

      Eliminar
  4. Estupenda la reseña y estupenda la novela que mantiene la vigencia a pesar de sus casi dos siglos. Como explico en mi última entrada, hemos aprovechado la celebración para leer en clase de 1º una muy buena versión adaptada y trabajarla luego.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Alberto. Ahora mismo voy a ver las tareas de tus primeritos. Un saludo.

      Eliminar