miércoles, 25 de mayo de 2011

HACIA QUIÉN SABE DÓNDE

Procedencia de la imagen

Bien, había llegado el momento. Ahora sólo tenía que flexionar las rodillas y dejarse caer sobre las punteras para hacer el menor ruido posible. Por un instante no se atrevió, pero entonces relampaguearon en su mente los motivos que le habían llevado a fugarse de aquel modo. Esto le dio el empujoncito que le hacia falta para lanzarse a un futuro incierto.

Lucía aterrizó de manera suave pero segura, inclinándose ligeramente hacia delante para compensar el peso de la mochila que llevaba a la espalda, en donde quedaba resumida toda su existencia. Esperó durante un segundo que se le hizo interminable los sonidos que indicasen que la habían descubierto, pero no oyó nada, así que comenzó a correr. Corrió como nunca lo había hecho, de forma desesperada, respirando hondamente mientras imaginaba a sus eritrocitos viajando al retumbante compás de su corazón y entregando a las células de sus músculos el oxígeno necesario para seguir corriendo. Miró a ambos lados y siguió volando entre la gente, escasa a esas horas del crepúsculo, que se apartaba al verla pasar. Paró un momento a tomar aire en una esquina, y al hacerlo, no pudo evitar soltar una pequeña carcajada de triunfo. Ya estaba más cerca de la felicidad… Pero no debía confiarse. Siguió caminando a paso ligero hasta la estación, donde eligió su destino: iría a Madrid, una ciudad muy conocida, donde nadie se acordaría de una extraña más. Sin embargo, viviría en las afueras, y debería buscarse un trabajo pronto, pues aunque había “tomado prestado” dinero de su casa (algo razonable después de todo lo sufrido), éste no duraría eternamente. Compró el billete sintiendo mariposas en el estómago, con miedo a que alguien la reconociera, la cogiera y se la llevara de vuelta a su casa.

Por fin, llegó la hora de subir al tren que le llevaría a empezar una nueva vida, dejando atrás cada desastre; todo quedaría cada vez más lejos una vez se hubiera subido al vagón. Se desplomó en su asiento, junto a la ventana y espero con impaciencia a que los tres asientos restantes de su compartimento, así como el resto de vagones, se llenaran. Al final sólo se llenaron dos de los tres asientos restantes. A su lado, se sentó una mujer de unos sesenta años que hacía ganchillo sin parar. Enfrente de Lucía, había un chico joven, de más o menos su edad o incluso un poco más mayor, pero como mucho tendría unos veintiún años. Él también contemplaba el paisaje, pero, por el rabillo del ojo, ella veía cómo el chico la miraba de vez en cuando, como si adivinase sus pensamientos. Esto le hacía sentirse insegura e inquieta, e inconscientemente abrazó aún más su mochila.

Al pasar por El Escorial, la mujer del vagón se bajó apresuradamente del tren, mascullando algo entre dientes, y entraron en el compartimento un chico y una chica tan asombrosamente parecidos que Lucía pensó que se trataba sin duda de hermanos, quizá mellizos, porque se asemejaban también en la edad, aunque habría dicho que la chica parecía apenas un poco más mayor que el chico. La fraternal pareja era también de aproximadamente su edad y se le antojó ésta una extraña coincidencia.

El viaje parecía seguir su curso de manera corriente, pero entonces el chico sentado en frente de Lucía le pregunto con una sonrisa que solo se podría calificar de provocadora: “Perdona, ¿podrías decirme la hora?”. Y de repente, sin que a ella le diera siquiera tiempo a mirar el reloj, el otro chico, el mellizo, respondió por ella. Sin embargo, no fue el hecho de que contestara en su lugar lo que hizo que sus sentidos se pusieran en alerta, sino la forma en la que lo hizo. Lucía había supuesto que las tres personas que se encontraban con ella no se conocían, pero la agresividad con que el chico dijo la hora hizo que sintiera un cosquilleo de alarma. Además, el chico de enfrente empezó a sonreír de forma burlona, como riéndose en silencio de todos ellos. No habían pasado ni dos minutos de esto cuando de improviso el chico sentado enfrente de Lucía se dispuso a sacar algo de su chaqueta de cuero y la chica le avisó, de forma serena pero amenazante, “ni se te pase por la cabeza sacar tus malditos juguetes delante de ella”. Mientras Lucía enarcaba las cejas ante esto, el chico respondió “¿Por qué no, si ella será el siguiente?”.

De pronto, todos se levantaron. Fue entonces cuando la puerta del compartimento de abrió y pasó por entre ellos algo o alguien que se llevó a Lucía a través de cristal. Cuando la chica abrió los ojos, lo que vio fue a un chico increíblemente guapo que la llevaba en brazos con todo cuidado. Este chico volvió la cabeza hacia ella, con sorpresa al ver que estaba despierta, y su mirada se le clavó en lo más profundo de su alma. Sin embargo, lo que hizo que Lucía perdiera de nuevo el conocimiento no fueron los ojos del chico, sino el par de alas con el que se la llevaba volando suavemente hacia quién sabe dónde.



SARA REBOLLO GÓMEZ
2º Bachillerato B
ACCÉSIT PROSA
Categoría A

3 comentarios:

  1. ¡Pero qué bien escriben estos alumnos!
    Enhorabuena.

    Veo que vuestros trabajos de periodismo van también viento en popa. Nosotros, entre unas cosas y otras, los llevamos muy atrasados.
    Gracias por tus comentarios en Blogmaníacos y un abrazo.

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  2. Querida Conchita: gracias por el comentario, es cierto que escriben muy bien; el concurso literario se recibe con gran expectación año tras año. En cuanto a los reportajes, ¡no te creas! Nos está costando un poquillo porque a final de curso se les multiplican las tareas, y no solo de Lengua. Veo de refilón las últimas entradas y estoy deseando "liberarme" para ver qué se cuece en en Jacarilla. Un beso.

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  3. Me encanta..cuando lo oí ya me pareció muy bonito..=)

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