lunes, 23 de mayo de 2011

EN LA PLAZA


EN LA PLAZA

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita
extendido.


Como ése que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con
temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también transcurría.


Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.


Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.


Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,


no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.


Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.


Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en
la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere
 latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Vicente Aleixandre
Historia del corazón

9 comentarios:

  1. Cómo no ha salido antes este poema a colación. Gracias por recordarlo, Carlota.

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  2. He leído a Vicente Aleixandre y nunca me topé con este poema. Muy bello y muy oportuno.
    Un saludo.

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  3. ¡Qué bueno, Carlota! Es la mejor manera de expresar lo que está ocurriendo (por fin) estos días en distintas plazas ya del mundo. Enhorabuena por la elección, siempre tan oportuna.

    Un abrazo

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  4. Anónimo11:59

    Siempre tienes el poema adecuado para cada circunstancia, ¡bravo!

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  5. Un poema tan opotuno como oportuna es la entrada, Carlota. Es todo precioso: la foto, el poema -que tampoco conocía y que me encanta- , el contenido y la circunstancia.... ¡Entrar en la plaza para ser nosotros mismos!¡Maravilloso Vicente Aleixandre!
    ¡Muchos besos!

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  6. La voz del poeta traspasa las barreras del tiempo y del espacio para darnos la palabra precisa, la mirada afinada del mundo. Un abrazo cálido y fuerte para todos vosotros.

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  7. Una muestra de que la poesía es intemporal, traspasada por sentimientos universales que siempre vuelven a aflorar.
    Un abrazo, Carlota

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