ELOGIO DEL JABÓN
El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las
alcantarillas y lodo de la cloaca.
También el jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección que ahora tengo en la mano.
Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche nos bautizan de nuevo cada mañana. Sin su alianza sagrada, no tardaríamos en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes. Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias.
Nacemos sucios, terminaremos como trozos de abyecta podredumbre. El jabón mantiene a raya las señales de nuestra asquerosidad primigenia, desvanece la barbarie del cuerpo, nos permite salir una y otra vez de las tinieblas y el pantano.
Parte indispensable de la vida, el jabón no puede estar exento de la sordidez común a lo que vive. Tampoco le fue dado el no ser cómplice del crimen universal que nos ha permitido estar un día
más sobre la Tierra.
Mientras me afeito y escucho un concierto de cámara, me niego a recordar que tanta belleza sobrenatural, la música vuelta espuma del aire, no sería posible sin los árboles destruidos (los instrumentos musicales), el marfil de los elefantes (el teclado del piano), las tripas de los gatos (las cuerdas).
Del mismo modo, no importan las esencias vegetales, las sustancias químicas ni los perfumes añadidos: la materia prima del jabón impoluto es la grasa de los mataderos. Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados en lo más sucio y en lo más horrible. Así es y será siempre por desgracia.
Jabón también el olvido que limpia del vivir y su exceso. Jabón la memoria que depura cuanto inventa como recuerdo. Jabón la palabra escrita. Poesía impía, prosa sarnosa. Lo más radiante encuentra su origen en lo más oscuro. Jabón la lengua española que lava en el poema las heridas del ser, las manchas del desamparo y el fracaso.
Contra el crimen universal no puedo hacer nada. Aspiro el aroma a nuevo del jabón. El agua permitirá que se deslice sobre la piel y nos devuelva una inocencia imaginaria.
No me voy a olvidar del otro gran premio literario de estos días, el Nacional de las Letras, que ha recaído en Rafael Sánchez Ferlosio, el autor de Alfanhuí y de El Jarama, quien ya recibió el Premio Cervantes que hoy abraza Pacheco en el 2004, y el Nacional de Ensayo una década antes. Asoma Ferlosio de vez en cuando por la prensa con artículos en los que reflexiona sobre la actualidad y sorprende por la curiosidad viva que siente por todo lo que le rodea y por el inconformismo que desborda en sus escritos: siempre va más allá. Ferlosio fue un niño de la guerra, miembro de esa Generación de los 50 de la que también formó parte la escritora Carmen Martín Gaite, que fue su esposa y con la que compartió, años después de haberse separado, el dolor por la pérdida de una hija. A El Jarama le tengo mucho cariño por varias razones. Primero, porque me encanta (y aquí contradigo al autor, que hoy le parece un horror). Segundo, porque lo primero que pensé, hace ya una década, camino de mi nuevo destino en San Fernando de Henares, al pasar por las huertas de la vega del río, es que no iba a desaprovechar la ocasión de leerla con mis futuros alumnos. Así lo hice durante cuatro años en 4º de ESO. Muchos renegaban y decían :"Profe, si es mentira, si no hay quien se bañe en el río, es un vertedero". Pues sí, no hay quien se bañe. Para eso está el otro, el de Ferlosio.
Otro premio destacable es el Nacional de Teatro, que ha ido a parar a la actriz catalana Vicky Peña, quizá poco conocida entre los más jóvenes, pero que ha sido voz inolvidable del cine y la televisión (ha trabajado como actriz de doblaje) y se ha metido en la piel de personajes del cine y del teatro como Martirio, de La casa de Bernarda Alba, Doña Rosita la soltera, la tía Rosa, de Secretos del corazón o la perversa Mrs. Lovet de Sweeny Todd .
Por último, ya que hoy se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, es oportuno volver a una novela de Henning Mankell de la que hablamos aquí: El cerebro de Kennedy. Mankell muestra una visión desoladora sobre las causas de la extensión de la pandemia en África. Directa y terrible. Y, ahora, a seguir repicando...
¡Cuánto premio! Quiero comentar con especial alborozo el que ha recaído sobre la actriz Vicky Peña, una mujer llena de talento a la que tuve el privilegio de ver el año pasado en "Después de mí, el diluvio", un trabajo extraordinario donde interpretaba (sin cambios de maquillaje ni caracterización) a dos personajes muy distintos. El espectador acababa viendo sobre el escenario a un nativo sudafricano angustiado por el futuro de su hijo. Sencillamente maravillosa. Me alegro mucho.
ResponderEliminareeeeeeeee
ResponderEliminar¡¡¡Mrs. Lovet es la mejor!!!
Ya está bien, no dedicarle espacio en el blog a los premios cervantes...
¡Buena entrada, si señor!
Merecidos premios que haces muy bien en destacar.
ResponderEliminarMe hago el propósito de leer más textos del nuevo premio Cervantes. Parece imposible que aquí no supiéramos de él ni de su estupenda literatura.
Un abrazo.
Pues sí, tenéis razón: ¡Merecidísimos todos!
ResponderEliminarQué buen repaso a los premios, Carlota.
ResponderEliminar"Jabón la lengua española que lava en el poema las heridas del ser, las manchas del desamparo y el fracaso".
Precioso y profundo.
Pues sí, Hojas de limón: ha sido un hallazgo feliz.¡Que viva México otra vez!
ResponderEliminarQué lucidez y qué sabiduría la de Jose E. Pacheco. Cerrar los ojos para seguir viviendo, sobre todo en estos días... Lo leeremos.
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