sábado, 10 de enero de 2009

LIBROS Y NIEVE


Con estas nieves que nos rodean, nada mejor que instalarse en las novelas de Henning Mankell y en su Suecia natal; tomad nota de los ingredientes: sillón, mantita, taza de chocolate, buena luz y mejor lectura.
Henning Mankell es un escritor sueco que, gracias a la serie de novelas protagonizadas por el comisario Kurt Wallander, es conocido en todo el mundo.
Conocí a este autor por casualidad, buceando en el buscador de una biblioteca tras la pista de autores suecos de novela negra. No recuerdo cómo llegué a tan peregrina decisión, el caso es que leí La falsa pista (Tusquets, 2001) ), que reforzó mi amor por el género, alentado desde los maestros: Raymond Chandler (El largo adiós, El sueño eterno, Adiós, muñeca) y Dashiell Hammett (El halcón maltés, Cosecha roja, La llave de cristal...) y despertó mi interés por el autor nórdico.

Pero Mankell no sólo escribe novela negra. O quizá sí. Se sirve de sus resortes, de sus pilares, pero es sólo una herramienta de prospección. Si bien en Profundidades, (Tusquets, 2007) su protagonista Lars Tobiasson-Svartman, un oficial de la marina sueca experto en medir profundidades marinas, busca en sus sueños un lugar en el que su plomada no toque fondo, en esta novela que tratamos ahora la protagonista busca algo que le ayude a saber, a entender, y al igual que Lars se sirve de su plomada, de sus conocimientos sobre hidrografía, Louise se ayuda de su trabajo como arqueóloga, e intenta encajar piezas como hace con los restos de las ánforas que encuentra.

El cerebro de Kennedy (Tusquets, 2006) es un largo y penoso viaje que Louise Cantor, una arqueóloga de 54 años que trabaja en Grecia, recorre tras la inesperada muerte de su hijo Henrik, a quien descubre muerto en su apartamento de Estocolmo. La muerte se debe a la ingesta de somníferos y la policía concluye que se trata de un suicidio, pero Louise se niega a aceptar tal hecho. Decide indagar en la vida de su hijo, rebuscar en su ordenador, en sus papeles. El dolor ante la pérdida es terrible, pero Louise emplea sus energías en intentar entender, en saber.
África, en concreto Mozambique, Maputo, y una aldea remota llamada Xai-Xai bañada por el Índico constituirán el corazón de la búsqueda.

El descubri-miento de un campamento para enfermos de sida, una de las terribles plagas que azota África, es el camino hacia la verdad. En el libro hay otras huidas: Aron, el padre ausente de Henrik, quien se une a Louise en su odisea, pero que inexplicablemente se queda en el camino; Lucinda, la muchacha mozambiqueña que le pone cara al drama del sida en África, Umbi, otro de los enfermos del campamento...
Muchas son las preguntas que se hace Louise en este viaje que le lleva de Suecia a Australia, de Australia a Barcelona, de aquí a Maputo, de Maputo a la Argólida, de aquí a Suecia, y de Suecia nuevamente a Mozambique, al calor y al miedo de saber. El viaje se cierra en Barcelona; de donde marcha de nuevo al norte, al abrigo de los fríos bosques de Härjedalen, donde su padre, Artur, talla grandes rostros sobre los troncos de los árboles.
Nosotros, sin embargo, tras dejar a Louise en el aeropuerto de Barcelona, sentimos que las preguntas no han hecho más que empezar...

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