No es que no esté mal, no, es que me ha encantado el montaje de Carles Alfaro de El arte de la comedia, del italiano Eduardo De Filippo. Ya me la habían recomendado encarecidamente muchos de mis compañeros del curso de teatro que hemos hecho esta primavera en La Abadía, profesores-aprendices como yo y, cuando ya me lamentaba por haberla dejado pasar, nuestro profesor, Óscar de la Fuente (el sacristán del montaje de Alfaro) nos anunciaba que en el mes de julio volverían a Madrid, al Teatro Español. No tenía el gusto de conocer a este dramaturgo italiano, popularísimo en Italia, y ha sido un placer. Cuando se estrenó la obra en Nápoles, en 1964, el propio De Filippo interpretaba a Oreste Campese, el director de una “troupe” familiar que acude a ver si le recibe el gobernador de la pequeña ciudad italiana en la que se encuentra (es la dura posguerra europea) porque su carpa se ha quemado. El Excelentísmo De Caro, que acaba de incorporarse al puesto, lo recibe a pesar de las advertencias de su secretario, pues tiene una mañana ocupadísima, con muchas visitas que atender, las “fuerzas vivas” de la población: el médico, la maestra, el párroco...Pero es que al gobernador le parecen graciosas estas gentes de la farándula -él hizo sus pinitos, no se crean- y decide recibirlo. A partir de aquí, se desarrolla un diálogo entre los dos personajes acerca de la necesidad o no que tienen los ciudadanos del teatro, del papel de los actores, del valor que los poderes públicos le dan al mismo, y de otros asuntos que, de repente, se ven cortados de un tajo porque a Oreste le ofende que le den una ayuda al transporte para trasladar a su compañía (él sólo quiere invitar al gobernador a ver una representación, para que se corra la voz en la ciudad y acuda el público). En medio de la discusión, en lugar de la póliza para la ayuda, el secretario advierte que lo que se ha llevado Oreste es el listado de las visitas del día...Eso, unido a la amenaza final de que va a mandar a su compañía suplantando a todas las personas que espera recibir, crea una tensión dramática que nos hace mantener los ojos como platos a la espera de descubrir, igual que el gobernador, a los farsantes. ¿Es el verdadero médico o un comicastro mandado por Oreste? ¿Será verdad eso que cuenta el párroco o es una invención de Campese para vengarse? ¿La maestra está loca o es una interpretación excelente?
La escenografía de Alfaro es realista: la nieve de la primera escena, un despacho desvencijado, una ventana en el centro con la iglesia al fondo, y una luz tenue, como de bombilla sucia. La música de Renato Carosone, justo antes de empezar la función, ya predispone y hace bailar en la butacas. La dirección me pareció acertadísima: creíamos estar dentro de una de esas películas italianas de los cincuenta, con sus personajes histriónicos y exagerados, aunque nuca pasados de rosca. Me gustó muchísimo la interpretación de todos los actores: Enric Benavent, como el director de la compañía; el gobernador, Pedro Casadeblanc; el secretario, tan creíble ese funcionario adulador que hace José Luis Alcobendas (creí morir de risa en la escena de cambio de mobiliario); el médico Bassetti, Jesús Barranco, y todos los demás, incluido nuestro Óscar, que interpreta a un sacristán menguado, que entra en escena de manera espectacular, y que no se separa de la sotana de Joaquín Hinojosa, a quien no imaginamos no siendo otra cosa que párroco italiano ...
Que el teatro indague sobre el propio teatro no es nada nuevo. Ya lo hizo Luigi Pirandello (al que se cita en El arte de la comedia para decir que aquí no está Pirandello, que no se le busque) en su obra más conocida, Seis personajes en busca de autor. O Lorca, en La comedia sin título o en El Público. El CDN nos ha ofrecido este año también otra obra que quiere reflejar la vida y el sentido del oficio de actor, Tórtolas, crepúculo y ...telón, de Francisco Nieva, con una espectacular puesta en escena y un originalísimo argumento: una compañía debe permanecer encerrada en un teatro de una pequeña ciudad debido a una cuarentena. Pero en los palcos hay inquilinos y los actores se encuentran con que son observados permanente. Sin embargo, y a pesar de lo interesante que nos pueda resultar el debate, a la obra le falta "chicha" dramática y resulta difusa e imprecisa. También pudimos asistir la temporada anterior a la representación de Una comedia española, de Yasmina Reza, (la exitosa autora de Arte) que a mí me dejó bastante indiferente. Por eso, no puedo negar que, a pesar de las buenas críticas que había oído aquí y allá, iba con un pizca de precaución y de a ver qué pasa. Pues, sólo puro teatro, eso es lo que pasa...
La escenografía de Alfaro es realista: la nieve de la primera escena, un despacho desvencijado, una ventana en el centro con la iglesia al fondo, y una luz tenue, como de bombilla sucia. La música de Renato Carosone, justo antes de empezar la función, ya predispone y hace bailar en la butacas. La dirección me pareció acertadísima: creíamos estar dentro de una de esas películas italianas de los cincuenta, con sus personajes histriónicos y exagerados, aunque nuca pasados de rosca. Me gustó muchísimo la interpretación de todos los actores: Enric Benavent, como el director de la compañía; el gobernador, Pedro Casadeblanc; el secretario, tan creíble ese funcionario adulador que hace José Luis Alcobendas (creí morir de risa en la escena de cambio de mobiliario); el médico Bassetti, Jesús Barranco, y todos los demás, incluido nuestro Óscar, que interpreta a un sacristán menguado, que entra en escena de manera espectacular, y que no se separa de la sotana de Joaquín Hinojosa, a quien no imaginamos no siendo otra cosa que párroco italiano ...
Que el teatro indague sobre el propio teatro no es nada nuevo. Ya lo hizo Luigi Pirandello (al que se cita en El arte de la comedia para decir que aquí no está Pirandello, que no se le busque) en su obra más conocida, Seis personajes en busca de autor. O Lorca, en La comedia sin título o en El Público. El CDN nos ha ofrecido este año también otra obra que quiere reflejar la vida y el sentido del oficio de actor, Tórtolas, crepúculo y ...telón, de Francisco Nieva, con una espectacular puesta en escena y un originalísimo argumento: una compañía debe permanecer encerrada en un teatro de una pequeña ciudad debido a una cuarentena. Pero en los palcos hay inquilinos y los actores se encuentran con que son observados permanente. Sin embargo, y a pesar de lo interesante que nos pueda resultar el debate, a la obra le falta "chicha" dramática y resulta difusa e imprecisa. También pudimos asistir la temporada anterior a la representación de Una comedia española, de Yasmina Reza, (la exitosa autora de Arte) que a mí me dejó bastante indiferente. Por eso, no puedo negar que, a pesar de las buenas críticas que había oído aquí y allá, iba con un pizca de precaución y de a ver qué pasa. Pues, sólo puro teatro, eso es lo que pasa...
Hola Carlota, probablemente este comentario no debería escribirlo aquí... pero ando dando vueltas y no he encontrado sitio mejor...jeje!
ResponderEliminarDecirte solamente que me encanta tu blog y que espero que no te moleste que lo haya enlazado al mío. Un abrazo!
¡Hola, Adela! Pues no sólo no me molesta, sino que me encanta. Te agradezco mucho que pases por aquí. Veo que acabas de abrir el blog, así que te deseo mucha suerte. Abrazos y hasta pronto.
ResponderEliminar¡Qué buena pinta! Otra vez me has dado envidia, Carlota. A ver si, ahora que vuelvo, disfruto un poquito del teatro y de otras delicias de la urbe, que todavía hay tiempo. Hasta hoy no he podido leerte; ¡me ha encantado la entrada! (como siempre, claro)
ResponderEliminar¡¡Muuuuchos besos!!
Querida Lola: espero que hayas disfrutado de tus vacances. Como bien dices, todavía nos quedan, así que hay que seguir exprimiéndolas; es estupendo ser dueños casi absolutos de nuestro tiempo, ya que no lo somos de nuestro sueldo... :(
ResponderEliminar¡Besos y hasta pronto!
Que bueno el vídeo Carlota.
ResponderEliminarFelicidades por el blog.
Gracias, Kolkod. Un gusto verte por aquí. Un besito.
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